Van y vienen

jueves, 5 de julio de 2012

Pídola




Pasó que una tarde, siendo yo muy chico aunque me acuerde como si hoy fuera, que estábamos varios críos jugando a la pídola. Eramos mi hermano Cándido "Candilejas", mi primo el Grillo, "Tirillas", Pepe el de Gundemaro y algunos cuantos más de los que no me acuerdo tanto.
Candilejas estaba de "burro" y el que había de saltar era "Tirillas". La industria del juego obligaba al saltador a hacerlo limpiamente, sin rozar con los pies, ni la cabeza ni el culo del "burro". Tal falta era denominada "lique". Y el "lique" estaba prohibido, y significaba que se trocaban las tornas: el batracio se convertía en burro, mientras que el liqueado promocionaba a rana.
Pues fue que saltó "Tirilla" y cometió la falta, resistiéndose sin embargo a cumplir la regla como era justo y cabal. Se armó la gorda. Se liaron a darse una buena tunda. Dos gallos de pelea. Dos escorpiones acorralados. Aun siendo "Tirilla" más recio, más fuerte y llevar las de ganar, mi hermano no se arredró dándole su buen trabajo al favorito.
Los separó el hermano Ildefonso. Los que sean de mi edad ya saben de quién estoy hablando.
Candilejas se levantó , y asiendo del suelo una piedra plana la mandó a clavarse a la frente del tonto y chulo de Tirilla. La sangre que manó sólo es de verse en las matanzas del guarro.
Y allá que se fue para su casa dejando un cruento reguero a su paso. A la casa de su padre "El Chato de Lapicero". A la casa de su madre "María la de Machuca"
Y cómo no! Esta María acabó bajando hacia la mía hecha un basilisco, con aires de comerse a mi hermano con patatas, aunque es de suponer que la ira no le dejara pensárselo ni un poco, porque de haberlo hecho   ahorrado hubiérase el camino.
Porque en la puerta  esperándola estaba mi abuela Ambrosia, hermana de los Manolones, y con más huevos que el caballo de David.
Vamos María, si tienes cojones pasa para dentro. Eso se ha dicho siempre en mi casa que le espetó mi abuela atravesada en el quicio de la puerta a la Machuca. Quien, recogiéndose el rabo entre las piernas como un perrillo chico, se retiró a mejor restañar la herida de su hijo, acaso sin mirar ni atrás. Y aquí no pasó nada.

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