Van y vienen

martes, 21 de febrero de 2012

Chaqueta

Este es Chaquetilla. El de la izquierda. En un San Antonio del año 55 ó 56. Entre él y yo enmarcamos a alquien del que casi no me acuerdo. Algo así como un pariente de Puertollano. Al parecer su madre y mi padre eran poco menos que primos terceros o cuartos, si es que alguien puede tener ese grado de parentesco.


Durante un verano de aquella infancia de finales de los años cuarenta nos dio a un grupo de niños por hacer figuritas con barro "biño". De ahí nos salieron, más  mal que bien moldeadas, carros, vacas, caballos, gallinas... Teníamos nuestro pequeño taller de trabajo y almacén en Los Peñoncillos. Que quiénes éramos???? Pues  por ahí estaban Tosi, Balbino, algunos más de cuyos nombres no quiero acordarme...y por supuesto, mi primo "Chaquetilla", que por aquel entonces no la lucía en el mote, pues aún se le llamaba Pepe "Calva".
Alguna rivalidad nos traeríamos, pues aprovechando Pepe que era la hora de la comida, y que no las guardaba nadie, fue y nos destrozó todo nuestro museo de animales de barro. Se la juré al momento y esperé la ocasión para responderle. Algo se barruntaba él, porque estuvo evitándome durante mucho tiempo, y yo no conseguía echarle el ojo. Hasta que un día lo pillé bebiendo desprevenido en los Chorros de la Plaza. Fue tal el sopapo que le endilgué, que se fue para su casa  llorando y echando sangre como un cochino.
¡Amigo mío! La casa de mis tíos se convirtió desde ese momento en territorio prohibido para mí. A ver quién se atrevía a aparecer por allí con la sangre caliente. Así que estuve un tiempo largo esperando que la tempestad amainase antes de dejarme caer por allí.




Don Daniel.

A todos nos ha de llegar la hora, pero aquel día le llegó a Ezequiel, el hijo del boticario. Falleció Ezequiel, que se había casado con la Publia, la de Asusta, y al cielo también le pareció mal, pues se puso a echar agua como nunca lo había hecho
E iba la triste procesión toda la calle arriba hacia el cementerio, bajo el agua violenta, y presidida por Don Daniel, el cura de Alamillo.
Ahí iban a cubrirlo con un paraguas.
Tápese don Daniel, que se va a ahogar.
Pero Don Daniiel decía que él no se mojaba, que no había cuidado. Don Daniel no se moja.
A sus flancos iban otros dos curillas que le auxiliaban en las exequias, y era una pena verlos arrugadillos bajo el diluvio. Porque si no se cubría a Don Daniel, no iban a ir ellos bajo palio...
Don Daniel los tenía bien puestos. Los cojones. Ya que no los usaba para lo que estaban hechos, los echaba para casi todo lo demás.




viernes, 17 de febrero de 2012

LO MÁS BONITO QUE ME PASÓ EN LA VIDA......


...fue conocer a mi novia, la que luego, con el tiempo, se convertiría en mi mujer.
Tras la tragedia del incendio, volvimos a Alamillo, como ya tengo dicho, y empezamos a conocer los usos y costumbres de vivir en un pueblo. Pasearse los mozos por la carretera al finalizar el día era una de esas costumbres.
Y una de aquellas tardes para allí nos subimos Emiliano el de El Peine y yo. Por delante de nosotros iban la Quica, la de Torrico, y la otra Quica, la del Sordo el de Ginés.
Me acuerdo que Emiliano me dijo: déjame a mí a La Torrica que ya la quiero algo. A lo que yo le contesté que a mí lo mismo me daba.
Pero a raiz del encuentro de aquella tarde todo cambió completamente para mí.
Fue una sensación nueva, como si me hubieran tocado con una varita mágica. Desde aquel momento empecé a quererla y ya no supe vivir sin ella. Siempre deseando que pasara la jornada a toda prisa para volver a vernos al final del día. No sé cómo pero ella también me correspondió, y fue tanto el amor que nos tuvimos que a los seis meses de conocernos me decidí a pedirle la entrada a mi suegro.
Y qué fatifgas pasé -Dios mío- para hablar con aquel hombre que no oía nada. Todo por señas. Qué sudores y qué vergüenza, hasta que por fin se soltó diciendo:
-Sois muy jóvenes todavía, pero te voy a consentir que entres en la casa para hablar con mi hija.
Ella en ese momento no estaba en casa, sino en la de Los Carillas, y hacia allí me marché corriendo de alegría para enterarla cuanto antes. Se  puso como loca de contenta, y desde aquel mismo momento la quise tanto que para mí siempre ha sido como una diosa. Sé que rompería a llorar ahora mismo si siguiera conmigo y le diera a leer estas palabras, tal ha sido siempre de sensible con todo.







¿He hablado ya de Gómez Ibáñez? SEGANDO

Y es que aquellos momentos y aquella finca dieron para mucho, y me vuelven una y otra vez a la mente, a destiempo y alocados..
Uno de los años que allí estuvimos llegamos a cocer cinco mil arrobas de carbón, que se dice pronto, pero hay que hacerlas. Yo tenía 16 años, y resultó que los mayores (mi padre, mis tíos Vicente y Nicolás, y El Lobo) se fueron a Abenójar a tratar con un abogado, porque los dueños de la finca querían echarnos injustamente a todos antes de que acabara el contrato.
Nosotros éramos ya casi unos hombres, así que nos dejaron a mi hermano y a mí a cargo de los cerca de  veinte hornos que tenían encendidos entre mi padre y su hermano.
Con nosotros se encontraba también mi primo El Tripa, pero éste casi no contaba, pues no tenía ni la menor idea del negocio de los hornos. Así que allí quedaron Cándido y Fructuoso, subiéndose a este horno, y bajándose de áquel, haciéndo frente  al trabajo con la furia y el brío de nuestra juventud.

También recuerdo que en otra ocasión estuvieron con nosotrros segando, Palomino, Rufino (el hermano de El Chinche) y El Mochuelo. Este último, antes de empezar la faena, se dirigió a nosotros sacando pecho, y nos dijo:
-Bueno, en cuantito yo me espatarre aquí, os vais a enterar de lo que es "segar".
Pero acabó la jornada, y aquella lección que nos iba a dar no llegó a producirse. Quizás es que no llegó a "espatarrarse" como él pretendía.

También segando, otro año nos acompañaron Pepe el de Tínex, su hermano Daniel (que luego se casaría con mi hermana Pilar para entrar así en la familia), Emilio Tres Pechos, y otros de cuyos nombres no quiero acordarme. Nuestra temporada de siega era de dos meses: uno en el pueblo a jornal, y otro mes en lo nuestro.

domingo, 12 de febrero de 2012

Fuente Ovejuna

Sólo recuerdo la emoción de las cosas,
y se me olvida todo lo demás;
muchas son las lagunas de mi memoria
                                          
                                                  Abel Martín (Cancionero Apócrifo) A. Machado






En unas fiestas de San Antonio de los años cincuenta (yo tendría 11 ó 13 años) se reavivó, con  la indignación del pueblo y la revuelta, el espíritu libertario de la famosa obra de Lope de Vega.
Todo fue que el Consistorio dio instrucciones a los mozos de Alamillo para que fueran a por los toros hasta una finca que había en Fuente el Canto. La finca estaba guardada por Piruchi, y allí se encaminaron los jóvenes, festivos y entonados gracias a unas botellas de vino y coñac que muy amablemente se les había entregado junto con el encargo.
Estando ya de vuelta la alegre comitiva con los astados, y a la altura de La Cabrera, se les enfrenta la Guardia Civil  con la orden de que tenían  que devolver las vacas al lugar de donde las habían cogido.
Los achispados mozos no entendían a qué venía el tomarlos por tontos con eso de ir y volver, como si se estuvieram riendo de ellos. Así que se negaron y  plantaron..
Se montó una muy gorda en La Cabrera, y tal fue, que acabaron los jóvenes vapuleados y esposados. Entre ellos Feliciano, el de El Tortas, y  Joaquín el de El Gato, que era incluso concejal, por mediar por los mozos e ir a favor de ellos.
Y ahí vemos cómo bajo el sol de junio, la Guardia Civil viene arreando hacia Alamillo a los jóvenes cautivos en plenas fiestas patronales. Una afrenta que el Pueblo no podía permitir. Así que se apostaron todos los alamilleros de bien a la altura de La Cañaílla para evitar que sus paisanos fueran tratados como criminales y entraran en el pueblo con cadenas.  A modo de barricada, unos con palos y otros con navajas, consiguieron su propósito, y los mozos pudieron entrar libremente en la población con la muñecas libres de hierros. La anécdota fue que a uno de ellos no le quedó más remedio que entrar con esposas porque se había roto la llave que las abría.
Es difícil de entender qué movió al alcalde a meter la pata con aquel error que encendió tanto los ánimos. Igual a mí, como era chico, se me escapaba alguna razón, pero lo cierrto es que tal y como lo he contado era como se guardaba en la memoria de todo el pueblo y así se relataba.
Esas fiestas de San Antonio ya estaban acabadas antes de empezar. Los animos del pueblo estaban encendidos, y no querían que los festejos tuvieran lugar como si nada hubiera pasado.
Y era tal el polvorín montado, que cuando Jacobito, el alcalde, mandó regar la plaza para prepararla para el Baile, cuentan las lenguas que hasta su propio hermano, el boticario, se fue a él y le dijo:
-Mira lo que te digo, Jacobo, como se te ocurra montar baile cojo y te pego cuatro tiros, y un quinto me lo pego yo.
Aquellas noches de San Antonio todo el pueblo estaba efervescente, hartos de que los de siempre les hicieran tragar morcilla taranga. Fueron noches en las que iban como en procesión hasta el ayuntamiento gritando "Fuente Ovejuna, todos a una!!!!!!" Cansados de que en aquellos años cincuenta los poderosos los trataran siempre como a muñecos, le echaron un par de cojones al asunto.
Cómo me gustaría que todo aquel que guardare noticia de este pequeño levantamiento de nuestro pueblo se animara y expusiera su versión o lo que recuerda que le contaran.

jueves, 9 de febrero de 2012

UNA DE CAL Y OTRA DE ENCINA

Voy a intentar explicar ahora el proceso mediante el que obteníamos el carbón y la cal en el Valle de Alcudia. Muchos de vosotros igual os acordaréis todavía, pero otros no tienen ni idea -como mis hijos, por ejemplo- y no les vendrá mal un poco de antropología alamillense.
Carbón de encina.
Para empezar nos hace falta un guarda de la finca. Este se encargaba de marcar los mejores árboles, y luego íbamos nosotros arrancándolos a golpe de azadón. Se le quitaba toda la tierra de alrededor, e íbamos cortándole las raíces así que aparecían. Cuando ya no estaba tan agarrada al suelo, le atábamos una soga a las ramas para tumbarla a base de tirar y tirar de ella. Ya herida y humillada, le hachábamos las ramas hasta hacer un buen montón de leños. El tronco se troceaba con un serrucho manejado por dos hombres.
Le acercábamos un carro muy bajito que teníamos con las ruedas muy pequeñas y se trasladaba todo hasta donde teníamos pensado hacer el horno.

El horno era circular. Lo primero de todo era disponer los trozos de tronco y encima los leños menudos. Lo cubríamos con paja o con helechos. y le poníamos también encima una manta de tierrra. Por la parte alta le practicábamos unas humeras para que respirara. Entonces le dábamos lumbre, y a esperar hasta que se hiciera el carbón.
Una vez enfriado, lo limpiábamos de tierra y de terrones y sacábamos el carbón por una zona del horno que llamábamos las ganchadas. Lo extraíamos ayudados por un ruiillo de madera que acababa en media luna, y se acordonaba con un rastro de dientes. Lo apilábamos todo ordenadamente, y la carbonilla la apartábamos en un montón.

Carbón de cal
Para empezar nos hace falta una cantera de cal de la que extraer la piedra caliza. Trasladábamos las rocas hasta el horno. Este tenía forma  de cono y en su parte inferior contaba con un foso que era donde metíamos todo el monte al que luego pegaríamos fuego.
Íbamos disponiendo las piedras ordenadamente, en un rebaje del horno,  hasta medio metro antes de llegar al borde. Una vez cargado el foso con las gavillas de monte, le metíamos fuego y lo dejábamos arder durante veinticuatro horas. Ya frío, sácabamos la ceniza y dejábamos el foso bien limpio.
Tumbábamos entonces la piedra cocida y se sacaba toda la cal. Y venga, a llevarla a la mina.

Algo más atrás he comentado cómo mi abuelo se acordaba de Merendón y de sus asaduras. Recuerdo aquellos juramentos especialmente porque me hacían mucha gracia como niño que era, y parece que todavía lo veo intentando meter las gavillas y tropezando con la puerta del horno.
Merendón se había encargado de reformar la entrada al foso, y por lo visto la había dejada muy pequeña, lo que dificultaba la labor a mi abuelo, que con su únco ojo no precisaba que le pusieran muchos más obstáculos.


lunes, 6 de febrero de 2012

De Romería


Pero aún es pronto para meterme de lleno en la lluviosa e industrial Bilbao. Me quedan muchos recuerdos que traer de mis años mozos, muchos chascarrillos, canciones, refranes y estudiantinas. Algunas anécdotas me pondrán un poco sensiblón, porque volver la mirada atrás, a la infancia, al verdadero paraíso perdido, le encoge a uno el corazón y le licúa los ojos.
Vamos a ello!!!

En los años del campo, en los años de Gómez Ibáñez, se celebraraba en una finca lindera a la nuestra una estupenda romería. Creo que era cada quince de marzo. Se adornaban los carros hasta convertirlos en carrozas. Se adornaban los mulos y los bueyes con sus mejores aperos. Y las mujeres también se adornaban con sus mejores trajes.
Los de Abenójar llevaban a su Virgen de la Encarnación.
Cada uno llevaba su comida y la compartía con todos los asistentes.
Los recuerdos que guardo de aquellas romerías es que todo el mundo se lo pasaba estupendamente y que todo el campo -tan solitario siempre- se llenaba de gente por unos días.
Navacerrada era otro pueblecito que tampoco estaba muy lejos de la finca. Los de allí se habían hermanado con los de Abenójar, y empezaron a llevar también su virgen a la romería. Era la Virgen de la Paz. Así que se juntaban las dos, la de la Encarnación y la de la Paz, y se montaba un romería de lo más bonita.




Me acuerdo que uno de los años nos sacaron esta foto delante de las dos vírgenes a un amigo y a mí. Sé que estábamos un poco tocados del ala pero no era sino por motivos de la edad.
Quizás tenga que explicar para que me identifiquéis, que en la foto yo soy el guapo, y que no llevo corona.
Aquel año, si mal no me acuerdo, estuvieron los Pelusos haciendo carbón justamente en la finca de los de la virgen de la Encarnación; y en plena romería, Emilio el del Peluso pilló una borrachera morrocotuda, hasta el punto de que por no dejarlo ahí tirado, lo echamos atravesado a los lomos de una mula que teníamos, y lo llevamos donde los suyos. El Gato le tiraba de los pelos, y Eufrasillo de los pies. Recuerdo que su madre, la Benita, en cuanto nos vio venir con su hijo haciendo de aguaderas se puso a gritarnos:
   -¡Canallas, criminales! ¡Qué me lo queréis matar! ¡Dejádmelo en paz!
En fin, adolescencias silvestres, y una juerga tras otra en aquellas fiestas que se montaban en pleno campo.

                                       *                          *                          *

Coincidiendo con esos tiempos, se nos perdieron unos pavos que teníamos en nuestra granjita. Y a ver quién se atrevía a decirle a Emilio el de la Abona, mi padre, que los pavos no aparecían...
En cuanto se enteró, no paraba de gritarnos:

   -¡Si os cayera un rayo a todos ahora que está nublado!

Se ponía como un basilisco. Luego en realidad era poca cosa y se le pasaba rápido. Pero tenía un momento que conjuraba a todos los dioses y los recortaba con una mala leche que nosotros no sabíamos dónde meternos. Hasta que al final acababa por disiparse el temporal.

domingo, 5 de febrero de 2012

DESGARRO


Tras la terrible tragedia del incendio y la muerte de Clara, se decidió que nos quedáramos en Alamillo y salir a las faenas del campo sólo por cortos períodos de tiempo. Para mí, que había estado fuera del pueblo hasta tres años seguidos, la vida cambió radicalmente. Y uno de los cambios más importantes fue echarme novia. Yo tenía 17 años  y ella 15. Se llamaba Francisca Estrella Rufo, vivía en la calle del Motor, es decir, la calle de D. Miguel de Cervantes, y era hija del Sordo del Motor, de Francisco. Y también de Antonia, la que sería mi suegra. Desde aquel momento no ha habido otra mujer en mi vida y la he querido con locura hasta el último momento que ha estado a mi lado.
En cuanto al día a día y al trabajo en Alamillo, la cosa se ponía cada vez peor. En la casa éramos tres hombres y tan sólo una yunta de mulas, y por supuesto sin tierra propia, así que había que marcharse fuera a buscar trabajo.
Me acuerdo perfectamente de aquella noche en la que tras volver de estar con mi novia mi padre se me sentó en frente y me dijo:
- Mira, hemos estado hablando mamá y yo, y hemos pensado que lo mejor para todos es que tu hermano y tú os marchéis para Bilbao, con los tíos.
En cuanto me dijeron aquello puse el grito en el cielo. Ni por ensoñación estaba dispuesto a salir de mi pueblo y menos aún a abandonar a mi novia. Pero con los días, se apagó el enfado, me paré a pensar y vi que tal y como estaba la situación mis padres tenían razón.

Antes de irme, le dejé a mi suegro un buen recuerdo de mí: poco antes se le había roto un carro que tenían, y se lo arreglé con unas traviesas de vía que me agencié. Con ellas le hice la escalera al carro, y El Sordo se quedó tan contento.

El 1 de septiembre de 1960 cogimos el tren mi hermano Cándido y yo, y nos fuimos para el norte. Cuando llegamos al día siguiente, Bilbao nos recibió lloviendo. Sufrí la mayor de las decepciones, Nada de lo que yo más quería estaba en aquella ciudad gris. Lo único que pasaba por mi cabeza con insistencia era la idea de volverme a Alamillo inmediatamente.



sábado, 4 de febrero de 2012

Por que no se pierdan...

Marcos se casó en Segovia
tuerto, manco y jorobado.
qué tal no sería la novia
cuando él fue el engañado.



Vas a durar menos
que Cebollo en el Hornillo,
que cuando se fue
estaba su madre haciendo 
migas de harina,
y cuando volvió
aún no las había terminado.



jueves, 2 de febrero de 2012

CLARA

Ser un niño en Gómez Ibáñez no era muy diferente de ser un agricultor adulto. Voy a listar algunas de las tareas que teníamos que realizar:
  1. Arrancar cepas con el azadón para hacer el carbón
  2. Arar la tierra
  3. Sembrarla
  4. Segar la cosecha
  5. Llevar la mies a la era
  6. Trillarla
  7. Alventar
  8. Y por último, llevar el grano en el carro hasta Alamillo, nuestro pueblo. Un viaje de 41 kms. Un viaje que nos llevaba más de diez horas. Un viaje que siempre hacíamos de noche por evitar las calores. La vida nos fue muy dura en Gómez Ibáñez. Pero lo cierto es que no había mucho donde escoger.


Lo que voy a contar pasó una mañana de otoño. Nos fuimos casi todos a sembrar un terreno que distaba unos dos kilómetros del cortijo Nos encontrábamos en ese momento unciendo los mulos, cuando de repente, alguien -creo que mi tío Vicente- dijo que se veía mucho humo a lo lejos, seguramente en algún boliche donde habrían metido al fuego más cañas de las necesarias.
Pero yo, que a pesar de mis pocos años ya era muy vivo, les grité que aquello no era ningún horno de carbón, sino nuestras casillas.
Nos montamos inmediatamente en los mulos y salimos a todo trote. Sin embargo, para nuestra desgracia, cuando llegamos ya no se podía hacer nada. Estaba todo arrasado por el fuego: el grano que teníamos para sembrar, el propio trigo destinado a pan, la cebada que era el pienso para los animales. En fin, todo. Se quemó todo lo que teníamos. Para aquel nuestro pequeño mundo en el campo, aquella fue una  auténtica ruina. Pero por si hubiera sido poca desgracia, lo peor estaba por llegar cuando nos enteramos de que mi prima Clara, la hija de mi tío Vicente, no pudo evitar que la devoraran las llamas. Mi pobre prima, de apenas 14 años, duró apenas 24 horas con vida tras el incendio. En plena tragedia, mi padre, por querer ayudarla, se quemó las manos y la cara, y a punto estuvo de salir tan mal parado como la pobre Clara..
Parece ser que mi tío había comprado un litro de gasolina para encender los mecheros. Haciendo limpieza quisieron cambiar la botella de sitio, y ésta se cayó, se rompió, e inexplicablemente prendió, quizás porque se derramó cerca de la lumbre del hogar. A Clara se la llevaron a Ciudad Real, pero como he apuntado antes, poco se pudo hacer. A pesar de tantísimos años transcurridos, ahora que lo estoy recordando para escribirlo aquí, lo estoy volviendo a vivir, me emociono, cierro los ojos y veo las llamas, los gritos, la desgracia. Es un recuerdo del que no me libraré jamás.



Después de aquel desastre del incendio en los cortijos nos tuvimos que volver al pueblo, y desde entonces, cada vez que hubo que sembrar o trabajar la tierra de cualquier manera,  nos desplazábamos desde Alamillo hasta el terreno. Nunca más tentar a la suerte. Nunca más vivir en el campo.

Estuvimos durante un tiempo en la Casillas de mi tío Nicolás, pero ya no estábamos a gusto viviendo de esa manera. Fue una pérdida muy grande y no nos la quitábamos de la cabeza. El bueno de mi tío Vicente no volvió a aparecer por allí para nada. Obviamente.