Van y vienen

domingo, 13 de enero de 2013

LA EMIGRACION. EL DESGARRO.






Por fin llegó el dia de la marcha a tierras desconocidas y lejanas. Llegué a Bilbao, al Botxo como aquí le dicen, para sufrir una tremenda decepción. ¿Dónde estaba la luz de los cielos que había dejado? Qué era toda aquella oscuridad, toda aquella suciedad?. Todo el tiempo lloviendo aquella agüilla fina que llamaban chirimiri. Siempre tantísimo frío y siempre con el paraguas a mano. Aunque por supuesto, lo peor de todo era estar tan lejos de Francisca. Setecientos treinta kilómetros alejado de mi amor.
Había sido tan poco el tiempo que habíamos disfrutado juntos en el pueblo, me habían sabido tan a poco los paseos que habíamos dado desgastando los viejos adoquines de El Mesón. Separarnos, así de repente, sin saber hasta cuándo, se convirtió en un dolor insoportable.




Para cuando llegué  ya muchos otros alamilleros nos habían preparado el camino. Ya estaban allí, reunidos en barrios o en pueblos alrededor de la capital. Nos reencontrábamos en otro escenario. Hacíamos esfuerzos por juntarnos casi todos los días.  Y por supuesto, los domingos todos los alamilleros hacían piña para sentirse menos solos, menos “sintierra”. Íbamos al baile, íbamos al cine… hasta que llegó el día en el que al fin Francisca se vino también a Bilbao acompañando a mis padres. Nunca me olvidaré de aquel 24 de junio de 1961. Aquel día me reencontré, tras diez largos y tortuosos meses, con mi amor, al que tendría siempre a mi lado hasta el final de nuestras vidas. Aquellos diez meses, más mi tiempo de milicia, se convirtieron en nuestras únicas ausencias. El resto del tiempo, siempre juntos. 

Dios mío. Verla allí fue una locura para mí. Casi podría decir que dejé inmediatamente de añorar el pueblo. Todo lo que quería estaba ya conmigo.                            
 Ahora éramos dos para echar de menos –juntos- toda la arcadia que habíamos perdido, nuestro campo, nuestro Niño Perdido, nuestro día de San José, o aquellos días del Cristo en los que se llenaban las dehesas con las cuadrilla de amigos
Y fue transcurriendo el tiempo.                                                                 
Ella se puso a trabajar también. Yo la acompañaba. Mis horarios me lo permitían. Ella salía más tarde que yo, así que allí me tenía esperándola en la esquina.                                                                                                                                   
 Y desde aquella esquina, hasta este trocito de mesa en el que estoy escribiendo ahora, parece que ha pasado un breve suspiro. Y durante todos estos años que me separan de aquellos primeros días en los que la conocí, puedo decir que nos hemos hecho muy felices mutuamente. A pesar de tanto sufrimiento, de tantas calamidades, de tanta enfermedad:  con mi mujer he sido muy feliz. Buena esposa, buena madre. Una diosa en mi memoria. Hoy va ya para poco más de dos años que se me fue, y aún me parece mentira. Me siento en el sofá y miro hacia atrás. Por ver si la veo sentada en su silla. Pero nunca está. Siempre vacía la silla. Ha sido tanto lo que la he querido que no la puedo olvidar. Siempre estará conmigo

4 comentarios:

  1. Las personas que hemos querido no mueren mientras las recordamos. Me ha encantado leerte. Una entrada muy emotiva. Un abrazo

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  2. Verdaderamente para escribir con tanto sentimiento es por lo mucho que sea querido y se sigue queriendo, a la vez que nos hace sentirnos bien. Asi es la vida. Saludos

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  3. Todo es real, muy real. Años mas tarde sentí las mismas emociones.... La entrada a Bilbao fue un choque tremendo. ¿dónde estaba la luz? Todo era gris, triste, una pelicula en blanco y negro. Y todo se hizo llevadero porque tuvimos la suerte de tener a nuestros seres queridos al lado. Personalmente yo ya me he hecho a esta ciudad y me encanta, pero me costó lo suyo. Animo pariente, sigue escribiendo, que el escribir nos libera.

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