Van y vienen

lunes, 18 de enero de 2016





VIDA DE UN HOMBRE



Trabajador, del campo.
Carbonero y arrancador de encinas
De las de producir carbón.
Carbón de cepas, brezo, lentiscos,
Carbón, carbón, carbón.
Vida dura de una época que toco vivir, la que había,
No había otra.
Este hombre también fue calero
Arrancando con sus manos las piedras
De una cantera.
Piedras para cocer y hacer la cal,
Y llenar carros con ella
Y llevarlos  hasta Almadén,
y reforzar las galerías de las minas;
Reforzarlas con cal para sacar mercurio.
O cal para construir viviendas
Con la cal que este hombre
Arrancaba con sus manos de la cantera.

Este hombre fue Emilio Gálvez.
Mi padre.
La mejor persona que haya jamás conocido.
La más buena.
Era un Hombre.
Un hombre Bueno..

Hace ya mucho que se fue
Y no se va de esta mente.
De mi mente.
Todo el mundo le quería
Y todo estaba para él bien.

Campesino y labrador.
Carbonero.
Panadero.
Y ya en Bilbao, peón de albañil
Hasta que se jubilara.

Casado con Pilar, mi madre,
Tuvieron cuatro hijos.
Cándido.
Fructuoso.
Pilar.
Y Felicia.
Cuando mejor pudo empezar a vivir, en su jubilación,
Falleció a la edad de 69.
El cuatro de mayo de 1976.





jueves, 7 de febrero de 2013

CANCIONERO POPULAR


 



Ya ha pasado Enero, el tiempo se escapa como agua entre los dedos.
Había un dicho que se decía en aquellos tiempos:



El 20 de enero, San Sebastián el primero.
Detente varón, que el primero es San Antón.


Y con razón porque era el 17 de enero cuando cantábamos en Alamillo:

San Antón hizo gachas
convidó a las muchachas
a mí no me convidó:
que se joda San Antón,
tolón, tolón, tolón...

San Antón como es tan viejo
tiene barbas de conejo,
y su madre, Catalina, 
tiene barbas de galiina,
tolón, tolón, tolón...


+     *     +


 y más del cancionero popular:


Por la carretera sube,
¿quién sube?
Facundo con el farol.
Sarapio con el candil
en busca de los civiles.
En mi casa hay un ladrón
que me roba los jamones
jamoooooneeeees!!!!!


y como si de dos juglares medievales se tratara, aún me acuerdo de aquella pareja que formaban Albertinos, el del Cuerda, y Pepe, el de Calistillo.
En época de Carnavales se ponían a cantar

En la provincia de Cuenca
señores lo que ha pasado
que unos hijos a sus padres
por la herencia han matado.
Las fieras corrupias
saltaban a los cementerios
y se comían a los cadáveres vivos.
No contentos con el ama,
cogieron a la criada de los moños
y la arrastraban por la sala....

y luego, dejando en vilo al auditorio, detenían la narración y gritaban:

...y quién por dos vasos de vino
va a dejar de oir la segunda parte...?  

lunes, 4 de febrero de 2013

Romancillos

Romancillos de cuando chico y que nunca olvido.



Este romancillo me lo enseñó El Chato, el de Cartucho, en Abenójar, rayando yo los catorce años.
Y aún me ocupa un sitio en la cabeza.
Cráneo provilegiado, que decía el borracho de Luces de Bohemia!



Escúcheme Señor juez:
yo en un cerezo subío
de perdigones ya grandes
cogiendo en la capa un nío,
cuando una rama se rompe
y caigo encima de un burro
que había a la sombra el guindo.
El animal de estampía
salió por esos caminos.
No quería que me bajara
ni oir los consejos míos.
¡Por tu mare para burro.
sosiégate animalito
que vas a comprometerme
o a acarrearme un lío...!
Cuando me vio el "alguasil"
y me trajo detenío.





sábado, 2 de febrero de 2013

Acción! Grabando!


Esto que sigue es un extracto de una grabación, como si hubiera sido el mismísimo Sánchez Ferlosio, tras escribir El Jarama, el que hubiera dejado la grabadora encendida, y hubiera quedado registro de aquella conversación que tuvo lugar hará ya sus buenos cuatro años.
El tema es muy particular, pero de algún modo guarda sintonía con todo esto que se viene publicando en este blog de recuerdos alamilleros.
Se cuela por tanto una mano negra, sin que sirva de precedente, y usurpa al legítimo dueño de este blog el derecho a editar una pequeña entrada.  Con la venia de don Fructuoso G. B.



O sea, que en realidad el abuelo no se quedó sordo por la onda expansiva de una bomba, ni por un resto de metralla alojado en el tímpano. Vamos, que me estoy enterando ahora de que ni siquiera estuvo en la guerra.
Lo que está sucediendo ahora es que estás escuchando. ¿Quieres un poco más de café?
Pero de verdad, es que esto es muy fuerte. Toda mi vida he creído que la sordera era cicatriz de guerra.
Has creído lo que te ha dado la gana, porque nunca has preguntado nada que yo recuerde. Pero cómo va a ir el abuelo a la guerra si cuando empezó, él ya estaba teniente como una tapia.
La que sabe bien la historia es la Bea, que es la mayor…
Por muy mayor que sea, todo esto que estáis contando ahora sucedió siempre antes de que ella naciera, así que tiene tanto dominio como el que pudierais tener vosotros, es decir, lo que os  ha llegado por los cuentos de la abuela.
La pobre abuela tampoco creas que nos contaba mucho. Voy a hacer un poco más de café
Pero si siempre he creído que luchó codo con codo con Franco. Y para mi vergüenza, siempre he creído por tanto que mi abuelo era un abuelo facha, que ganó la guerra rebelándose contra el  gobierno legítimo de la República.
¿Es que tiene tu familia pinta de haber ganado alguna guerra?
No, lo cierto es que tenéis razón: nunca me he parado a pensar seriamente sobre la figura del abuelo, ni a juntar razonablemente las ideas sueltas que se me  fijaron cuando niño.
Te diré que, efectivamente, tu abuelo no fue a la guerra debido a su  sordera, pero que como en el pueblo no se dio ninguna tragedia por parte de ninguno de los dos bandos, tu abuelo Francisco nunca tuvo motivos para no guardar simpatía por los militares.
Militares hubo en los dos bandos.
Por los rebeldes quiero decir.  Por Franco. Como si haber hecho la mili con él le hubiera ganado para siempre para la causa fascista.
El abuelo era así de simple?
Tu abuelo era muy listo. Era de los pocos que sabían leer en el pueblo. Y allí nunca se sentía si en España había una República, un rey o una dictadura. El pueblo era muy pequeño y estaba muy lejos de cualquier sitio. Siempre nos contaba historias del Quijote. Siempre le decía a la abuela “eres tan tonta como Sancho Panza”
Pero le visteis leerlo alguna vez? ¿Tenía un libro del Quijote en casa? ¿Lo leía en voz alta? ¿Os  lo leía a vosotros?
Jamás he visto un libro en aquella casa.  Naipes sí. Barajas, cartas.
Uy, uy, uy… pero qué está diciendo este hombre.
Todo eso me importa menos. Lo que en realidad me está dejando perplejo es que el abuelo se quedara sordo por un resfriado, por una mojadura, por no cambiarse de ropa.
Pues sí hijo, sí. Un catarro mal curado. Todo el tiempo que se iba a pasar en casa haciendo la matanza se lo pasó en la cama muy pero que muy malamente.
En lugar de estar velando al padre moribundo como quiso hacer creer en su tiempo de mili a sus oficiales, fueron sus padres quienes estuvieron al  pie de su cama con el alma en vilo.
Como un castigo a la mentira urdida por la Laureana.
Así es. Como un castigo de Dios por burlarse de la providencia y decir que si su padre se estaba muriendo, o que si…
El no dijo nada. En realidad todo fue un cuento de la Laureana. 
Menuda pájara que sería la abuela Laureana.
Y más agarrada que un chotis.
Que de raza le viene al galgo.
Qué pesados con el agarrar o el no agarrar. Pues que sepáis que si no es por cuidar la hacienda no hubiéramos ahorrado lo que tenemos. Y si esa ciencia me la ha legado mi abuela Laureana pues bienvenida sea.
No te pongas así, que estamos de chanza. 
Pero es que es verdad, siempre igual con  si el puño cerrado o el puño abierto...





domingo, 13 de enero de 2013

LA EMIGRACION. EL DESGARRO.






Por fin llegó el dia de la marcha a tierras desconocidas y lejanas. Llegué a Bilbao, al Botxo como aquí le dicen, para sufrir una tremenda decepción. ¿Dónde estaba la luz de los cielos que había dejado? Qué era toda aquella oscuridad, toda aquella suciedad?. Todo el tiempo lloviendo aquella agüilla fina que llamaban chirimiri. Siempre tantísimo frío y siempre con el paraguas a mano. Aunque por supuesto, lo peor de todo era estar tan lejos de Francisca. Setecientos treinta kilómetros alejado de mi amor.
Había sido tan poco el tiempo que habíamos disfrutado juntos en el pueblo, me habían sabido tan a poco los paseos que habíamos dado desgastando los viejos adoquines de El Mesón. Separarnos, así de repente, sin saber hasta cuándo, se convirtió en un dolor insoportable.




Para cuando llegué  ya muchos otros alamilleros nos habían preparado el camino. Ya estaban allí, reunidos en barrios o en pueblos alrededor de la capital. Nos reencontrábamos en otro escenario. Hacíamos esfuerzos por juntarnos casi todos los días.  Y por supuesto, los domingos todos los alamilleros hacían piña para sentirse menos solos, menos “sintierra”. Íbamos al baile, íbamos al cine… hasta que llegó el día en el que al fin Francisca se vino también a Bilbao acompañando a mis padres. Nunca me olvidaré de aquel 24 de junio de 1961. Aquel día me reencontré, tras diez largos y tortuosos meses, con mi amor, al que tendría siempre a mi lado hasta el final de nuestras vidas. Aquellos diez meses, más mi tiempo de milicia, se convirtieron en nuestras únicas ausencias. El resto del tiempo, siempre juntos. 

Dios mío. Verla allí fue una locura para mí. Casi podría decir que dejé inmediatamente de añorar el pueblo. Todo lo que quería estaba ya conmigo.                            
 Ahora éramos dos para echar de menos –juntos- toda la arcadia que habíamos perdido, nuestro campo, nuestro Niño Perdido, nuestro día de San José, o aquellos días del Cristo en los que se llenaban las dehesas con las cuadrilla de amigos
Y fue transcurriendo el tiempo.                                                                 
Ella se puso a trabajar también. Yo la acompañaba. Mis horarios me lo permitían. Ella salía más tarde que yo, así que allí me tenía esperándola en la esquina.                                                                                                                                   
 Y desde aquella esquina, hasta este trocito de mesa en el que estoy escribiendo ahora, parece que ha pasado un breve suspiro. Y durante todos estos años que me separan de aquellos primeros días en los que la conocí, puedo decir que nos hemos hecho muy felices mutuamente. A pesar de tanto sufrimiento, de tantas calamidades, de tanta enfermedad:  con mi mujer he sido muy feliz. Buena esposa, buena madre. Una diosa en mi memoria. Hoy va ya para poco más de dos años que se me fue, y aún me parece mentira. Me siento en el sofá y miro hacia atrás. Por ver si la veo sentada en su silla. Pero nunca está. Siempre vacía la silla. Ha sido tanto lo que la he querido que no la puedo olvidar. Siempre estará conmigo