Eres más puta
que María Martillo
que lo daba por uvas
y la viña era suya
Eres más alcahueta
que la perra Boquique,
que se metía
en todas las matanzas.
Mira si tendré pulso
que vengo desde la Morra
con un nido de chinchilla en la mano
y no he roto los huevos.
Van y vienen
martes, 31 de enero de 2012
viernes, 27 de enero de 2012
Del Ciclismo y de la Caza
Luego estuvo el tema de la bicicleta.
Mi hermano y yo estábamos realmente obsesionados con tener una que nos llevara de un prado a otro, de una loma a otra loma. Pero la situación estaba realmente jodida y era como pedir peras al olmo. Para acceder a una nos teníamos que devanar los sesos y encontrar formas alternativas que nos permitieran financiarla. En el tiempo de descanso, cuando mi padre se fumaba el cigarro amparado en alguna sombra, nosotros seguíamos haciendo un trabajo extra que nos habíamos agenciado: arrancar cepas para hacer nuestro particular horno de carbón. Con el dinero que nos proporcionara nos haríamos con una flamante bicicleta. Y efectivamente, construimos un horno de 500 arrobas. Ya teníamos el dinero prácticamente en la mano, cuando algo surgió, hizo realmente falta para otra cosa y hubo que arrimarlo. La bici podía esperar. Otra vez sería.
Y esa vez tomó forma al año siguiente, cuando Cándido y yo llegamos a sembrar sin más ayuda que nuestras manos, 25 kilos de garbanzos. Llegamos a cosechar 15 ó 20 fanegas, suficiente para comprarnos una bici para cada uno, cuando, de nuevo algo surgió, hizo falta el dinero para otra cosa y hubo que arrimarlo. Otra vez sería. Las bicis podían esperar.
Al final conseguimos hacernos con una por 500 pesetas que daba pena verla: sin frenos, sin guardabarros, puro chasis, una bici de cartilla de racionamiento. Pero una bici al fin y al cabo.
Aunque de racionamiento sólo la bici, porque a nosotros nunca nos faltó la carne mientras estuvimos en Gómez Ibáñez. Yo me encargaba de colocar los dos únicos cepos que tenía, y casi siempre encontraba un par de conejos que llevar a casa.
Recuerdo muy bien aquel verano llevándole a mi madre las perdices que caían en los 40 ó 50 lazos que diseminaba por el campo. Me convertí en Gómez Ibáñez en un pequeño cazador de unos doce o trece años, que atravesaba, descalzo, todo el campo buscando sus trampas. En tiempo de nidos recolectaba un montón de huevos de todo tipo de pájaros. Me dedicaba tanto al pelo como a la pluma. Los pies desnudos trotando sobre la hierba, sobre la tierra, pues por aquel entonces nunca me ponía zapatos. Más tarde, cuando me enseñé a ellos ya no me los pude quitar.
Mi hermano y yo estábamos realmente obsesionados con tener una que nos llevara de un prado a otro, de una loma a otra loma. Pero la situación estaba realmente jodida y era como pedir peras al olmo. Para acceder a una nos teníamos que devanar los sesos y encontrar formas alternativas que nos permitieran financiarla. En el tiempo de descanso, cuando mi padre se fumaba el cigarro amparado en alguna sombra, nosotros seguíamos haciendo un trabajo extra que nos habíamos agenciado: arrancar cepas para hacer nuestro particular horno de carbón. Con el dinero que nos proporcionara nos haríamos con una flamante bicicleta. Y efectivamente, construimos un horno de 500 arrobas. Ya teníamos el dinero prácticamente en la mano, cuando algo surgió, hizo realmente falta para otra cosa y hubo que arrimarlo. La bici podía esperar. Otra vez sería.
Y esa vez tomó forma al año siguiente, cuando Cándido y yo llegamos a sembrar sin más ayuda que nuestras manos, 25 kilos de garbanzos. Llegamos a cosechar 15 ó 20 fanegas, suficiente para comprarnos una bici para cada uno, cuando, de nuevo algo surgió, hizo falta el dinero para otra cosa y hubo que arrimarlo. Otra vez sería. Las bicis podían esperar.
Al final conseguimos hacernos con una por 500 pesetas que daba pena verla: sin frenos, sin guardabarros, puro chasis, una bici de cartilla de racionamiento. Pero una bici al fin y al cabo.
Aunque de racionamiento sólo la bici, porque a nosotros nunca nos faltó la carne mientras estuvimos en Gómez Ibáñez. Yo me encargaba de colocar los dos únicos cepos que tenía, y casi siempre encontraba un par de conejos que llevar a casa.
Recuerdo muy bien aquel verano llevándole a mi madre las perdices que caían en los 40 ó 50 lazos que diseminaba por el campo. Me convertí en Gómez Ibáñez en un pequeño cazador de unos doce o trece años, que atravesaba, descalzo, todo el campo buscando sus trampas. En tiempo de nidos recolectaba un montón de huevos de todo tipo de pájaros. Me dedicaba tanto al pelo como a la pluma. Los pies desnudos trotando sobre la hierba, sobre la tierra, pues por aquel entonces nunca me ponía zapatos. Más tarde, cuando me enseñé a ellos ya no me los pude quitar.
martes, 24 de enero de 2012
GÓMEZ IBÁÑEZ
Fue que a finales de 1951 nos mudamos al Puerto de Quejigares, a una finca llamada Gomez Ibáñez. Esta finca se situaba justamente en el km 41 de la carretera que lleva desde Almadén hasta la propia ciudad Real; más concretamente entre las poblaciones de Abenójar y Fontanosa. Fuimos allí -cómo no- a hacer más carbón, a desmontar la tierra una vez más. Nos alquilaron todo aquel terreno por tres años, y teníamos también derecho a cultivarlo como quisiéramos. De nuevo iba a pasar parte de mi niñez en pleno campo, rodeado de jara y de brezo, de lantisco y de madroños, de charnegas y de todo tipo de matorrales.
En Gómez Ibáñez comencé a fabricarme mis propios juguetes. Los construía con el corcho que le sacaba a los alcornoques. Y así, me divertía construyendo coches, camiones, mulos, caballos, ovejas, gallinas, cerdos y no sé cuántas cosas más, todas de corcho. Recuerdo que en una ocasión fabriqué un enorme camión donde se montaban mis dos hermanas. Les encantaba que yo las empujara cuesta abajo, y más de una vez recuerdo que estuvieron a punto de partirse la crisma.
Para trabajar toda aquella tierra mi padre y su hermano Vicente compraron una yunta de bueyes, con tan mala fortuna, que al poco uno de ellos enfermó y tuvieron que comprar un tercero. Milagrosamente, el buey deshauciado sanó, y tanto, que llegó a ponerse enorme de gordo. Lo pusieron a la venta y con el dinero que les dio se compraron dos mulos para cada uno.
A Emilio, mi padre, que no debía tener buena suerte para los animales, con el tiempo se le murió uno de ellos; y para reemplazarlo por otro me eligió a mí por que lo acompañara a la feria de Almadén. Yo tenía ya mis 15 años.
En Gómez Ibáñez comencé a fabricarme mis propios juguetes. Los construía con el corcho que le sacaba a los alcornoques. Y así, me divertía construyendo coches, camiones, mulos, caballos, ovejas, gallinas, cerdos y no sé cuántas cosas más, todas de corcho. Recuerdo que en una ocasión fabriqué un enorme camión donde se montaban mis dos hermanas. Les encantaba que yo las empujara cuesta abajo, y más de una vez recuerdo que estuvieron a punto de partirse la crisma.
Para trabajar toda aquella tierra mi padre y su hermano Vicente compraron una yunta de bueyes, con tan mala fortuna, que al poco uno de ellos enfermó y tuvieron que comprar un tercero. Milagrosamente, el buey deshauciado sanó, y tanto, que llegó a ponerse enorme de gordo. Lo pusieron a la venta y con el dinero que les dio se compraron dos mulos para cada uno.
A Emilio, mi padre, que no debía tener buena suerte para los animales, con el tiempo se le murió uno de ellos; y para reemplazarlo por otro me eligió a mí por que lo acompañara a la feria de Almadén. Yo tenía ya mis 15 años.
De pie Vicente, el hermano de mi padre.
Sentado, Enemesio, el hermano de Pilar, mi madre.
domingo, 22 de enero de 2012
sábado, 21 de enero de 2012
Las Gallegas
En 1950 estuvo mi padre haciendo cal en la calera de la María Moreno. A Vicente, su padre, le faltaba un ojo, así que metía los haces de monte atravesados y no le cabían por la puerta. Entonces se liaba a jurar a voz en grito y era una gloria oirlo: "Merendón, cabrón. Baja cabrón, que te como las asaduras, Merendón. Cabrón..." y así se podía tirar toda la noche con su cantinela.
También en el año de 1950 hicimos carbón donde Las Gallegas. Esta era una finca que se situaba a unos 6 kms. de Almadén, propiedad de Don Vicente Cárdenas. Mi padre arrancaba las encinas para que mi hermano y yo les fuéramos picando las taramas. Todo ese picón que se producía lo llevaba mi madre cada día hasta Almadén para venderlo. A la entrada del mismo pueblo se apostaba la caseta del "consumista" donde todo aquel que quisiera meter algo con lo que mercar en la población tenía que pagar una especie de impuesto de comercio que se llamaba "el consumo". La buena de Pilar, en lugar de con dinero lo pagaba con un saquito de picón del que se beneficiaba el de la caseta. El saquito poco a poco fue menguando de tamaño así que mi madre le iba cosiendo el fondo por que entrara menos carbón.
Al año siguiente, en 1951, estuvimos en la misma finca pero ya no como piconeros, pues mi padre consiguió el puesto de Guarda Jurado. Teníamos cedido un pequeño huerto y lo atendíamos entre toda la familia, también los abuelos Vicente y Ambrosia. Y por supuesto nosotros dos, mi hermano y yo, que ya con 15 y 11 años hacíamos todas las labores como el que más.
Aquel 19 de marzo nació la pequeña de la casa y le pusieron María Josefa Felicia. A los pocos días le salió a la pobre un bultito en el pecho, y el médico de la finca, como era médico, se lo abrió con una cuchilla de afeitar sin mayor problema.
Estuvimos allí hasta el mismo día de San Miguel, el 29 de septiembre, que era cuando se firmaban por aquel entonces los contratos. De San Miguel a San Miguel.
Recuerdo como si fuera hoy mismo que a mi abuelo le volaba el aire el sombrero y cuando al fin lo recuperaba se empezaba a cagar en todos los santos del cielo. Con toda la gracia del mundo decía que se cagaba en un barco lleno de periódicos, todos escritos con letra pequeña, y en cada letra una virgen y que en todas se cagaba.
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También en el año de 1950 hicimos carbón donde Las Gallegas. Esta era una finca que se situaba a unos 6 kms. de Almadén, propiedad de Don Vicente Cárdenas. Mi padre arrancaba las encinas para que mi hermano y yo les fuéramos picando las taramas. Todo ese picón que se producía lo llevaba mi madre cada día hasta Almadén para venderlo. A la entrada del mismo pueblo se apostaba la caseta del "consumista" donde todo aquel que quisiera meter algo con lo que mercar en la población tenía que pagar una especie de impuesto de comercio que se llamaba "el consumo". La buena de Pilar, en lugar de con dinero lo pagaba con un saquito de picón del que se beneficiaba el de la caseta. El saquito poco a poco fue menguando de tamaño así que mi madre le iba cosiendo el fondo por que entrara menos carbón.
Al año siguiente, en 1951, estuvimos en la misma finca pero ya no como piconeros, pues mi padre consiguió el puesto de Guarda Jurado. Teníamos cedido un pequeño huerto y lo atendíamos entre toda la familia, también los abuelos Vicente y Ambrosia. Y por supuesto nosotros dos, mi hermano y yo, que ya con 15 y 11 años hacíamos todas las labores como el que más.
Aquel 19 de marzo nació la pequeña de la casa y le pusieron María Josefa Felicia. A los pocos días le salió a la pobre un bultito en el pecho, y el médico de la finca, como era médico, se lo abrió con una cuchilla de afeitar sin mayor problema.
Estuvimos allí hasta el mismo día de San Miguel, el 29 de septiembre, que era cuando se firmaban por aquel entonces los contratos. De San Miguel a San Miguel.
Recuerdo como si fuera hoy mismo que a mi abuelo le volaba el aire el sombrero y cuando al fin lo recuperaba se empezaba a cagar en todos los santos del cielo. Con toda la gracia del mundo decía que se cagaba en un barco lleno de periódicos, todos escritos con letra pequeña, y en cada letra una virgen y que en todas se cagaba.
Aquí estamos los dos piconeros.
Familia humilde sí, pero en la Feria de San Atonio, las mejores galas.
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ME PRESENTO
Me llamo Fructuoso Gálvez Briz.
Nací un 13 de abril de 1940 en Alamillo, y vengo de una familia humilde.
Mi padre fue Emilio. Y los suyos Vicente y Josefa. Todos los varones, probablemente hasta los padres de mis abuelos, fuimos caleros. Arrancábamos la piedra de una cantera del monte para cocerla y producir así la cal con la que construir viviendas.
Mi padre encontró a Pilar y se casó con ella. Era hija de Eusebio y de Ambrosia.
Emilio y Pilar tuvieron cuatro hijos: Cándido, Fructuoso, Pilar y Felicia.
Mi padre, además de calero, también se las dio de panadero, carbonero y labrador. Es decir, que había que profesar como dictaban las circunstancias. A mí, por ejemplo, me dictaron que no fuera demasiado a la escuela dado que pasé mucho de aquel tiempo en el campo. Lo poco que aprendía me lo iba enseñando mi padre ayudado por la afición que yo le ponía.
Recuerdo que en 1946 estuvo mi padre en la Sierra de Almodóvar, en una finca que se llamaba La Perdiguera. Estuvo haciendo carbón en sociedad con un tal Isidoro Ojo Perra.
Son recuerdos breves de aquel niño de 6 años, como estampas imborrables. Por ejemplo, no se me olvidará nunca que la primera noche que llegamos al chozo que se convertiría ennuestra casa por algún tiempo, mi madre puso de cena arroz con bacalao. Aquel mismo año de 1946 mi hermana Pilar se cayó en la lumbre, y aunque no había un gran fuego, se le clavó un ascua en la rodilla y ahí se quedó la marca que todavía lucirá.
Luego, en el año de 1947 estuvimos en la finca Jaralejo, en el mismo Valle de Alcudia, haciendo carbón de encina. Allí estaba mi abuelo Vicente con nosotros, pues casi siempre estaba con mi padre, tal era el gran cariño que se tenían. Fue ese mismo año cuando mató un toro a Manolete. "Islero" creo que se llamaba.
También pasamos el verano en aquella finca de Jaralejo, y entonces nos acompañó mi primo Antonio, el hijo de mi tía Bersabé
Nací un 13 de abril de 1940 en Alamillo, y vengo de una familia humilde.
Mi padre fue Emilio. Y los suyos Vicente y Josefa. Todos los varones, probablemente hasta los padres de mis abuelos, fuimos caleros. Arrancábamos la piedra de una cantera del monte para cocerla y producir así la cal con la que construir viviendas.
Mi padre encontró a Pilar y se casó con ella. Era hija de Eusebio y de Ambrosia.
Emilio y Pilar tuvieron cuatro hijos: Cándido, Fructuoso, Pilar y Felicia.
Mi padre, además de calero, también se las dio de panadero, carbonero y labrador. Es decir, que había que profesar como dictaban las circunstancias. A mí, por ejemplo, me dictaron que no fuera demasiado a la escuela dado que pasé mucho de aquel tiempo en el campo. Lo poco que aprendía me lo iba enseñando mi padre ayudado por la afición que yo le ponía.
Recuerdo que en 1946 estuvo mi padre en la Sierra de Almodóvar, en una finca que se llamaba La Perdiguera. Estuvo haciendo carbón en sociedad con un tal Isidoro Ojo Perra.
Son recuerdos breves de aquel niño de 6 años, como estampas imborrables. Por ejemplo, no se me olvidará nunca que la primera noche que llegamos al chozo que se convertiría ennuestra casa por algún tiempo, mi madre puso de cena arroz con bacalao. Aquel mismo año de 1946 mi hermana Pilar se cayó en la lumbre, y aunque no había un gran fuego, se le clavó un ascua en la rodilla y ahí se quedó la marca que todavía lucirá.
Luego, en el año de 1947 estuvimos en la finca Jaralejo, en el mismo Valle de Alcudia, haciendo carbón de encina. Allí estaba mi abuelo Vicente con nosotros, pues casi siempre estaba con mi padre, tal era el gran cariño que se tenían. Fue ese mismo año cuando mató un toro a Manolete. "Islero" creo que se llamaba.
También pasamos el verano en aquella finca de Jaralejo, y entonces nos acompañó mi primo Antonio, el hijo de mi tía Bersabé
Este hombre tuvo la culpa de todo.
Mi padre, Emilio Gálvez Galán, con uniforme de soldado, en el cuartel de Jaca, donde hizo el servicio militar.
Casualidades del azar. Hoy mismo, 21 de enero, cumpliría 105 años.
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