En Gómez Ibáñez comencé a fabricarme mis propios juguetes. Los construía con el corcho que le sacaba a los alcornoques. Y así, me divertía construyendo coches, camiones, mulos, caballos, ovejas, gallinas, cerdos y no sé cuántas cosas más, todas de corcho. Recuerdo que en una ocasión fabriqué un enorme camión donde se montaban mis dos hermanas. Les encantaba que yo las empujara cuesta abajo, y más de una vez recuerdo que estuvieron a punto de partirse la crisma.
Para trabajar toda aquella tierra mi padre y su hermano Vicente compraron una yunta de bueyes, con tan mala fortuna, que al poco uno de ellos enfermó y tuvieron que comprar un tercero. Milagrosamente, el buey deshauciado sanó, y tanto, que llegó a ponerse enorme de gordo. Lo pusieron a la venta y con el dinero que les dio se compraron dos mulos para cada uno.
A Emilio, mi padre, que no debía tener buena suerte para los animales, con el tiempo se le murió uno de ellos; y para reemplazarlo por otro me eligió a mí por que lo acompañara a la feria de Almadén. Yo tenía ya mis 15 años.
De pie Vicente, el hermano de mi padre.
Sentado, Enemesio, el hermano de Pilar, mi madre.
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