Un buen día de verano, de esos en los que se dice que el sol es de justicia, vimos la cuadrilla a un abuelete que se puso a cagar en el estercolero que estaba al lado de Las Cartolas, en Los Quiñones. Aquello estaba plagado de pulgas, y el buen hombre se fue con más de lo que dejó. Parecía que fuera volando de los bichos que llevaba en el cuerpo y en la ropa. Se puso el pobre a aliviarse de ellos, pero mataba uno y yo creo que le entraban otros mil. Nosotros, que no teníamos idea buena, no se nos ocurrió otra salvajada que arrojarle todas las piedras que pudimos. Ý allí lo dejamos jurando en hebreo y prometiendo vengarse. Cosa que hizo el granuja, porque logró reconocernos y dar cuenta a los padres de algunos de nosotros. En cuanto llegué a mi casa, mi madre, que ya estaba enterada por el viejo vengativo, me administró tal caída de palos que como veis aún me acuerdo de ellos.
Y como esa, muchas más, aun no siendo yo de los peores cuando chico. Aunque quizás era yo como aquel Mendaro del que se decía "eres como Mendaro, que calladito jode".
En aquel tiempo poco amor se le tenía a los animales, pues eran como aperos que utilizábamos en las tareas, a no ser algún perrillo al que se le acababa por tener afecto.
Recuerdo que en Gómez Ibáñez teníamos una a la que queríamos mucho. Empezó a rondarla un macho del que no éramos capaces de deshacernos. Así que un día en el que por fin le echó Cándido el guante, ahí acudí yo con un mechero recién cargado de gasolina. Con ella le untamos el culo ayudados de un algodón. Luego le atamos un palo a los riñones. Todo dispuesto para que una punta del palo fuera más larga que la otra. En cuanto le hizo efecto la gasolina, se puso a correr el bicho como un endemoniado, y cada vez que la punta corta del palo se clavaba en el barbecho, iba la larga cogiendo fuerza para darle luego un estacazo en los lomos. No lo vimos más.
Salvajes.
En fin, de esas había muchas, ya digo.
Como echar un deshaumerio. Recuerdo que pusieron uno en el Casino de Macario, y se montó la de diosescristo. Allí es donde iban los señoritos, el médico, el practicante, Aureliano, Luisito, Jaime, Don
Eladio...en fin, la gente de copete. Que los pobres no tenían sino El Salón de Vicentito y La Elisa. Ya se sabe, a echar unos billares, o la partidita al tute.
Mira por donde yo no sabía lo del casino de Macario, y que unos iba a allí y otros a jugar al billar (por cierto un juego que me encanta).
ResponderEliminarYo soy hijo de uno de los "señoritos", de Jaime y me encanta que sigas contando estas historias en las que muchos nos reconocemos aunque seamos algo más jóvenes.
Pues mira Jaime, aquellos tiempos fueron los que fueron, y afortunadamente, como dice El Ruso (alias el Rana) los centenos se han igualado.
ResponderEliminarUn abrazo.