Vamos a ello!!!
En los años del campo, en los años de Gómez Ibáñez, se celebraraba en una finca lindera a la nuestra una estupenda romería. Creo que era cada quince de marzo. Se adornaban los carros hasta convertirlos en carrozas. Se adornaban los mulos y los bueyes con sus mejores aperos. Y las mujeres también se adornaban con sus mejores trajes.
Los de Abenójar llevaban a su Virgen de la Encarnación.
Cada uno llevaba su comida y la compartía con todos los asistentes.
Los recuerdos que guardo de aquellas romerías es que todo el mundo se lo pasaba estupendamente y que todo el campo -tan solitario siempre- se llenaba de gente por unos días.
Navacerrada era otro pueblecito que tampoco estaba muy lejos de la finca. Los de allí se habían hermanado con los de Abenójar, y empezaron a llevar también su virgen a la romería. Era la Virgen de la Paz. Así que se juntaban las dos, la de la Encarnación y la de la Paz, y se montaba un romería de lo más bonita.
Me acuerdo que uno de los años nos sacaron esta foto delante de las dos vírgenes a un amigo y a mí. Sé que estábamos un poco tocados del ala pero no era sino por motivos de la edad.
Quizás tenga que explicar para que me identifiquéis, que en la foto yo soy el guapo, y que no llevo corona.
Aquel año, si mal no me acuerdo, estuvieron los Pelusos haciendo carbón justamente en la finca de los de la virgen de la Encarnación; y en plena romería, Emilio el del Peluso pilló una borrachera morrocotuda, hasta el punto de que por no dejarlo ahí tirado, lo echamos atravesado a los lomos de una mula que teníamos, y lo llevamos donde los suyos. El Gato le tiraba de los pelos, y Eufrasillo de los pies. Recuerdo que su madre, la Benita, en cuanto nos vio venir con su hijo haciendo de aguaderas se puso a gritarnos:
-¡Canallas, criminales! ¡Qué me lo queréis matar! ¡Dejádmelo en paz!
En fin, adolescencias silvestres, y una juerga tras otra en aquellas fiestas que se montaban en pleno campo.
* * *
Coincidiendo con esos tiempos, se nos perdieron unos pavos que teníamos en nuestra granjita. Y a ver quién se atrevía a decirle a Emilio el de la Abona, mi padre, que los pavos no aparecían...
En cuanto se enteró, no paraba de gritarnos:
-¡Si os cayera un rayo a todos ahora que está nublado!
Se ponía como un basilisco. Luego en realidad era poca cosa y se le pasaba rápido. Pero tenía un momento que conjuraba a todos los dioses y los recortaba con una mala leche que nosotros no sabíamos dónde meternos. Hasta que al final acababa por disiparse el temporal.
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