- Arrancar cepas con el azadón para hacer el carbón
- Arar la tierra
- Sembrarla
- Segar la cosecha
- Llevar la mies a la era
- Trillarla
- Alventar
- Y por último, llevar el grano en el carro hasta Alamillo, nuestro pueblo. Un viaje de 41 kms. Un viaje que nos llevaba más de diez horas. Un viaje que siempre hacíamos de noche por evitar las calores. La vida nos fue muy dura en Gómez Ibáñez. Pero lo cierto es que no había mucho donde escoger.
Lo que voy a contar pasó una mañana de otoño. Nos fuimos casi todos a sembrar un terreno que distaba unos dos kilómetros del cortijo Nos encontrábamos en ese momento unciendo los mulos, cuando de repente, alguien -creo que mi tío Vicente- dijo que se veía mucho humo a lo lejos, seguramente en algún boliche donde habrían metido al fuego más cañas de las necesarias.
Pero yo, que a pesar de mis pocos años ya era muy vivo, les grité que aquello no era ningún horno de carbón, sino nuestras casillas.
Nos montamos inmediatamente en los mulos y salimos a todo trote. Sin embargo, para nuestra desgracia, cuando llegamos ya no se podía hacer nada. Estaba todo arrasado por el fuego: el grano que teníamos para sembrar, el propio trigo destinado a pan, la cebada que era el pienso para los animales. En fin, todo. Se quemó todo lo que teníamos. Para aquel nuestro pequeño mundo en el campo, aquella fue una auténtica ruina. Pero por si hubiera sido poca desgracia, lo peor estaba por llegar cuando nos enteramos de que mi prima Clara, la hija de mi tío Vicente, no pudo evitar que la devoraran las llamas. Mi pobre prima, de apenas 14 años, duró apenas 24 horas con vida tras el incendio. En plena tragedia, mi padre, por querer ayudarla, se quemó las manos y la cara, y a punto estuvo de salir tan mal parado como la pobre Clara..
Parece ser que mi tío había comprado un litro de gasolina para encender los mecheros. Haciendo limpieza quisieron cambiar la botella de sitio, y ésta se cayó, se rompió, e inexplicablemente prendió, quizás porque se derramó cerca de la lumbre del hogar. A Clara se la llevaron a Ciudad Real, pero como he apuntado antes, poco se pudo hacer. A pesar de tantísimos años transcurridos, ahora que lo estoy recordando para escribirlo aquí, lo estoy volviendo a vivir, me emociono, cierro los ojos y veo las llamas, los gritos, la desgracia. Es un recuerdo del que no me libraré jamás.
Después de aquel desastre del incendio en los cortijos nos tuvimos que volver al pueblo, y desde entonces, cada vez que hubo que sembrar o trabajar la tierra de cualquier manera, nos desplazábamos desde Alamillo hasta el terreno. Nunca más tentar a la suerte. Nunca más vivir en el campo.
Estuvimos durante un tiempo en la Casillas de mi tío Nicolás, pero ya no estábamos a gusto viviendo de esa manera. Fue una pérdida muy grande y no nos la quitábamos de la cabeza. El bueno de mi tío Vicente no volvió a aparecer por allí para nada. Obviamente.
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