Van y vienen
lunes, 9 de julio de 2012
ECHADOS AL MONTE
Así vivían por aquellos años de cuando yo era niño unos cuantos guerrilleros que se resistían a admitir el desenlace de la contienda. Más que guerrear, ya era un tiempo de resistir y hasta de sobrevivir a las malas condiciones de mantenerse en el monte. La gente de bien los temía porque llegaban a los chozos de los carboneros, y más que pedir, lo que hacían era arramblar con todo lo que pillaban. No nos dábamos cuenta de que más que peligrosos malhechores no eran sino parias, derrotados, mendigos de justicia.
Había uno que era natural de nuestro pueblo. Muy famoso por tanto por nuestros lares. El célebre Cazalla. Se suponía que lideraba un gran grupo, y que llevaba el sobrenombre de Capitán Lechuga.
De lo que me acuerdo es de que aquel año se formó una contra-partida para darles captura, que eran en realidad guardias civiles vestidos como serranos. Iban en número parecido al de los maquis de la sierra, y por supuesto armados hasta los dientes. Y resultó que me los tuve que encontrar yo, para llevarme entre las jaras y las encinas uno de los mayores sustos de mi vida. Me recuerdo corriendo como un gamo entre los brezos creyendo que huía del sanguinario Capitán Lechuga.
Una noche fueron a la casilla de mi tío Lancherillo, y donde Luciano El Búho para llevarse sin pedir permiso todo lo que pudieron.
A partir de entonces ya no se volvió a oír ni a saber de ellos. Se comentaba que los habían matado en la frontera con Portugal.
jueves, 5 de julio de 2012
Pídola
Pasó que una tarde, siendo yo muy chico aunque me acuerde como si hoy fuera, que estábamos varios críos jugando a la pídola. Eramos mi hermano Cándido "Candilejas", mi primo el Grillo, "Tirillas", Pepe el de Gundemaro y algunos cuantos más de los que no me acuerdo tanto.
Candilejas estaba de "burro" y el que había de saltar era "Tirillas". La industria del juego obligaba al saltador a hacerlo limpiamente, sin rozar con los pies, ni la cabeza ni el culo del "burro". Tal falta era denominada "lique". Y el "lique" estaba prohibido, y significaba que se trocaban las tornas: el batracio se convertía en burro, mientras que el liqueado promocionaba a rana.
Pues fue que saltó "Tirilla" y cometió la falta, resistiéndose sin embargo a cumplir la regla como era justo y cabal. Se armó la gorda. Se liaron a darse una buena tunda. Dos gallos de pelea. Dos escorpiones acorralados. Aun siendo "Tirilla" más recio, más fuerte y llevar las de ganar, mi hermano no se arredró dándole su buen trabajo al favorito.
Los separó el hermano Ildefonso. Los que sean de mi edad ya saben de quién estoy hablando.
Candilejas se levantó , y asiendo del suelo una piedra plana la mandó a clavarse a la frente del tonto y chulo de Tirilla. La sangre que manó sólo es de verse en las matanzas del guarro.
Y allá que se fue para su casa dejando un cruento reguero a su paso. A la casa de su padre "El Chato de Lapicero". A la casa de su madre "María la de Machuca"
Y cómo no! Esta María acabó bajando hacia la mía hecha un basilisco, con aires de comerse a mi hermano con patatas, aunque es de suponer que la ira no le dejara pensárselo ni un poco, porque de haberlo hecho ahorrado hubiérase el camino.
Porque en la puerta esperándola estaba mi abuela Ambrosia, hermana de los Manolones, y con más huevos que el caballo de David.
Vamos María, si tienes cojones pasa para dentro. Eso se ha dicho siempre en mi casa que le espetó mi abuela atravesada en el quicio de la puerta a la Machuca. Quien, recogiéndose el rabo entre las piernas como un perrillo chico, se retiró a mejor restañar la herida de su hijo, acaso sin mirar ni atrás. Y aquí no pasó nada.
jueves, 12 de abril de 2012
De los mayores
Por qué será que me asaltan tantos recuerdos ahora que me hago viejo. Mañana, trece de abril, cumplo ya 72 años. Y parece que me acuerdo antes de lo que me ocurrió de chico que de lo que hice antes de ayer. Siempre me he llevado bien con la gente mayor, he sabido apreciarlos y entenderme con ellos. Por ejemplo recuerdo de cuando me iba a segar con Julián, el de Inocente. Ese hombre era fabuloso. Siempre que he vuelto al pueblo por vacaciones buscaba echarme el rato con él. También charlar con el abuelo Chinche era una gloria. Es grande la amistad de un hombre vivido y sensato, como a mí me gustaría llegar a ser cuando me vaya haciendo mayor.
martes, 20 de marzo de 2012
De melones
Una noche, después de salir del cine, nos juntamos Paco -el de Juanjosé- (del que por cierto, yo era primo segundo), Antonio -el hermano de mi novia, y que luego se convertiría en mi cuñado-, Sixto -el de Honorio-, Carbonilla.y yo, y nos fuimos a melones.
El padre de Sixto tenía un plantío de ellos en La Periquina y allá que nos fuimos. Nada más llegar, aquel hijo cogió el chozo que tenía su padre para guardar el terreno a la sombra o por las noches, y lo echó a rodar cuesta abajo, que si adentro hubiese estado el viejo, con él se hubiera desnucado en una de aquellas vueltas que iba dando.
Amanecer amanecimos (gracias a mi cuñado y a su llave) ni más ni menos que en la casa de mis suegros, que tenían una carga importante de melones gorrineros, de los que no dejamos ni uno sano.
FRANCISCO ESTRELLA RUFO
El buen hombre que fue mi suegro me iba másqueriendo ya por aquel tiempo. Y yo que se lo ponía fácil, pues me desvivía por facilitar mi presencia en aquella casa. Recuerdo una vez que se dio con una espiga en un ojo y tuvo que ir hasta Ciudad Real para hacérselo mirar. La noche antes de irse, va y me dice: "mañana me siegas un centeno que tengo allí arriba en la Sierra, pero escucha lo que te digo, no me hagas los "haces" muy grandes". Y mira que me lo dijo, y que me lo dijo claro, pero yo no sé cómo cogí el recado cambiado, y le hice los "haces" como caballos de enormes.
Y qué bronca que me gané. Supongo que por mi equívoco y por el dolor que llevara en el ojo. No llegó sin embargo la sangre al río.
Otro día de aquellos en los que nos íbamos haciendo cada vez mejores las migas, me pidió que le acompañara a segar. Y allí pude comprobar cómo a pesar de la edad que se gastaba, aquel hombre que iba a ser mi suegro segaba como una máquina de las de ahora.
jueves, 15 de marzo de 2012
Retazos del tiempo
En las fiestas de San Antonio con nuestras mejores galas. Aquí estamos: Arriba: Jaime, Calixto el Zapatero, El Negro de Medio Litro y yo mismo.
Agachados: Vicente El Barrigoncho, Jerónimo, Balbino, y Tosi el de Carcunda.
Nos encontramos a la altura de la zapatería de Chocolate, en la calle Mayor.
.
martes, 13 de marzo de 2012
Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada...
Y por qué no estrujarme el cerebro e intentar hacer un inventario de todos los motes/sobrenombres con los que nos conocíamos en nuestro pueblo.
Algo tan nuestro, tan rural, tan antropológico...
Vamos a ello. No están todos los que son, seguramente, pero doy fe de que los que están, son.
Dabona, Canelilla, Mendaro ,
Vuelcaollas,Perrete, Quirico, Candilejas,
Pisto, Berrugo, Cinco Duros, Cuchillas,
Cuchara,Chato, Lapicero, Matute, Chinche, Chambras,
Tamborcillo, Cacharrito, Pulga, Botijo,
Erizo, Nene, Perro, Pituto,
Borrega, Pelele, Gato, Pilrraca,
Tortas, Caballo, Rata, Piruchi,
Cartolas, Oreja de Parra, Lobo, Guarrillo,
Pan Mojao, Moña, Mochueo, Mono,
Boca Pintá, Porrenes, Buey, Cagarruta,
Coriana, MediÁguila, Mocoso, Carrasquillo,
Cagón, Saltitos, Boquique, Porreto,
Zorra, Capricho, Cigarrilla, Rana,
Tolové, Adobe, Conejo, Ojo Perra,
CagaTinta, Botijo, Chiva, Cobrín,
Caradura, Culebra, Gallo, Botella,
Tirilla, Tres Pechos, Reina, Medio Litro,
Rompe Hielos, Relleno, Mosca, Minuto,
Potrita, Asusta, Traga Moscas, PaiPai,
Tolín, Carcunda, Grillo, Manolones,
Plato Fino, Chambrón, Camilos, Chorreandito,
Cadenas, Chocolate, Dos Gorras, Tío los Peros,
Calva,
Bueno, si alguien me fuera diciendo alguno que falta, prometo ir añadiéndolos. Todos de realengo, con escudo de armas y blasón con lema. Así, al tuntún, sin orden alfabético, ni clasificado por animales, o aperos, o instrumentos o... sólo según me venía a la mente. Gentes de mi pueblo.
Algo tan nuestro, tan rural, tan antropológico...
Vamos a ello. No están todos los que son, seguramente, pero doy fe de que los que están, son.
Dabona, Canelilla, Mendaro ,
Vuelcaollas,Perrete, Quirico, Candilejas,
Pisto, Berrugo, Cinco Duros, Cuchillas,
Cuchara,Chato, Lapicero, Matute, Chinche, Chambras,
Tamborcillo, Cacharrito, Pulga, Botijo,
Erizo, Nene, Perro, Pituto,
Borrega, Pelele, Gato, Pilrraca,
Tortas, Caballo, Rata, Piruchi,
Cartolas, Oreja de Parra, Lobo, Guarrillo,
Pan Mojao, Moña, Mochueo, Mono,
Boca Pintá, Porrenes, Buey, Cagarruta,
Coriana, MediÁguila, Mocoso, Carrasquillo,
Cagón, Saltitos, Boquique, Porreto,
Zorra, Capricho, Cigarrilla, Rana,
Tolové, Adobe, Conejo, Ojo Perra,
CagaTinta, Botijo, Chiva, Cobrín,
Caradura, Culebra, Gallo, Botella,
Tirilla, Tres Pechos, Reina, Medio Litro,
Rompe Hielos, Relleno, Mosca, Minuto,
Potrita, Asusta, Traga Moscas, PaiPai,
Tolín, Carcunda, Grillo, Manolones,
Plato Fino, Chambrón, Camilos, Chorreandito,
Cadenas, Chocolate, Dos Gorras, Tío los Peros,
Calva,
Bueno, si alguien me fuera diciendo alguno que falta, prometo ir añadiéndolos. Todos de realengo, con escudo de armas y blasón con lema. Así, al tuntún, sin orden alfabético, ni clasificado por animales, o aperos, o instrumentos o... sólo según me venía a la mente. Gentes de mi pueblo.
domingo, 4 de marzo de 2012
Benemérita
La Sastra se casó con Farruco, y la cencerrada que le dieron fue espectacular. Toda la noche atronándolos, así que de vez en cuando, y por clarear la calle de cafres, salía La Sastra con una palangana de agua que más que aplacar la chanza, la arreciaba, Entre el público cencerreador destacaba un cabo de transmisiones de la Guardia Civil, que asiendo el enorme cencerro que portaba, nos pedía a los niños que nos meáramos en él. Así que una de las veces que la pobre mujer se asomó con su inocente carga, se llevó un vergonzante chaparrón de orines.
El otro cabo que había era el jefe del puesto, y era más malo que un demonio. Más de un mozo ha dormido caliente por obra y gracia del Cabo Basilio.
Se contaba que una vez, unos cuantos chavales entraron en el huerto de Enrique, el del Chavao, rompiendo casi todas las ramas de los árboles. Pero el Cabo Basilio los pilló, y como eran menores no les podían tocar un pelo. Asi que se las ingenió con toda la industria de la que fue capaz.. Los metieron al cuartel, y los pusieron por parejas, e hicieron que -vete a saber cómo- se pegaran entre ellos. Parece ser que se dieron de ostias por un tubo. Así que salieron del cuartel moraítos perdíos sin que los números les hubieran puesto la mano encima.
El otro cabo que había era el jefe del puesto, y era más malo que un demonio. Más de un mozo ha dormido caliente por obra y gracia del Cabo Basilio.
Se contaba que una vez, unos cuantos chavales entraron en el huerto de Enrique, el del Chavao, rompiendo casi todas las ramas de los árboles. Pero el Cabo Basilio los pilló, y como eran menores no les podían tocar un pelo. Asi que se las ingenió con toda la industria de la que fue capaz.. Los metieron al cuartel, y los pusieron por parejas, e hicieron que -vete a saber cómo- se pegaran entre ellos. Parece ser que se dieron de ostias por un tubo. Así que salieron del cuartel moraítos perdíos sin que los números les hubieran puesto la mano encima.
viernes, 2 de marzo de 2012
Salvajadas
Un buen día de verano, de esos en los que se dice que el sol es de justicia, vimos la cuadrilla a un abuelete que se puso a cagar en el estercolero que estaba al lado de Las Cartolas, en Los Quiñones. Aquello estaba plagado de pulgas, y el buen hombre se fue con más de lo que dejó. Parecía que fuera volando de los bichos que llevaba en el cuerpo y en la ropa. Se puso el pobre a aliviarse de ellos, pero mataba uno y yo creo que le entraban otros mil. Nosotros, que no teníamos idea buena, no se nos ocurrió otra salvajada que arrojarle todas las piedras que pudimos. Ý allí lo dejamos jurando en hebreo y prometiendo vengarse. Cosa que hizo el granuja, porque logró reconocernos y dar cuenta a los padres de algunos de nosotros. En cuanto llegué a mi casa, mi madre, que ya estaba enterada por el viejo vengativo, me administró tal caída de palos que como veis aún me acuerdo de ellos.
Y como esa, muchas más, aun no siendo yo de los peores cuando chico. Aunque quizás era yo como aquel Mendaro del que se decía "eres como Mendaro, que calladito jode".
En aquel tiempo poco amor se le tenía a los animales, pues eran como aperos que utilizábamos en las tareas, a no ser algún perrillo al que se le acababa por tener afecto.
Recuerdo que en Gómez Ibáñez teníamos una a la que queríamos mucho. Empezó a rondarla un macho del que no éramos capaces de deshacernos. Así que un día en el que por fin le echó Cándido el guante, ahí acudí yo con un mechero recién cargado de gasolina. Con ella le untamos el culo ayudados de un algodón. Luego le atamos un palo a los riñones. Todo dispuesto para que una punta del palo fuera más larga que la otra. En cuanto le hizo efecto la gasolina, se puso a correr el bicho como un endemoniado, y cada vez que la punta corta del palo se clavaba en el barbecho, iba la larga cogiendo fuerza para darle luego un estacazo en los lomos. No lo vimos más.
Salvajes.
En fin, de esas había muchas, ya digo.
Como echar un deshaumerio. Recuerdo que pusieron uno en el Casino de Macario, y se montó la de diosescristo. Allí es donde iban los señoritos, el médico, el practicante, Aureliano, Luisito, Jaime, Don
Eladio...en fin, la gente de copete. Que los pobres no tenían sino El Salón de Vicentito y La Elisa. Ya se sabe, a echar unos billares, o la partidita al tute.
Y como esa, muchas más, aun no siendo yo de los peores cuando chico. Aunque quizás era yo como aquel Mendaro del que se decía "eres como Mendaro, que calladito jode".
En aquel tiempo poco amor se le tenía a los animales, pues eran como aperos que utilizábamos en las tareas, a no ser algún perrillo al que se le acababa por tener afecto.
Recuerdo que en Gómez Ibáñez teníamos una a la que queríamos mucho. Empezó a rondarla un macho del que no éramos capaces de deshacernos. Así que un día en el que por fin le echó Cándido el guante, ahí acudí yo con un mechero recién cargado de gasolina. Con ella le untamos el culo ayudados de un algodón. Luego le atamos un palo a los riñones. Todo dispuesto para que una punta del palo fuera más larga que la otra. En cuanto le hizo efecto la gasolina, se puso a correr el bicho como un endemoniado, y cada vez que la punta corta del palo se clavaba en el barbecho, iba la larga cogiendo fuerza para darle luego un estacazo en los lomos. No lo vimos más.
Salvajes.
En fin, de esas había muchas, ya digo.
Como echar un deshaumerio. Recuerdo que pusieron uno en el Casino de Macario, y se montó la de diosescristo. Allí es donde iban los señoritos, el médico, el practicante, Aureliano, Luisito, Jaime, Don
Eladio...en fin, la gente de copete. Que los pobres no tenían sino El Salón de Vicentito y La Elisa. Ya se sabe, a echar unos billares, o la partidita al tute.
martes, 21 de febrero de 2012
Chaqueta
Este es Chaquetilla. El de la izquierda. En un San Antonio del año 55 ó 56. Entre él y yo enmarcamos a alquien del que casi no me acuerdo. Algo así como un pariente de Puertollano. Al parecer su madre y mi padre eran poco menos que primos terceros o cuartos, si es que alguien puede tener ese grado de parentesco.
Durante un verano de aquella infancia de finales de los años cuarenta nos dio a un grupo de niños por hacer figuritas con barro "biño". De ahí nos salieron, más mal que bien moldeadas, carros, vacas, caballos, gallinas... Teníamos nuestro pequeño taller de trabajo y almacén en Los Peñoncillos. Que quiénes éramos???? Pues por ahí estaban Tosi, Balbino, algunos más de cuyos nombres no quiero acordarme...y por supuesto, mi primo "Chaquetilla", que por aquel entonces no la lucía en el mote, pues aún se le llamaba Pepe "Calva".
Alguna rivalidad nos traeríamos, pues aprovechando Pepe que era la hora de la comida, y que no las guardaba nadie, fue y nos destrozó todo nuestro museo de animales de barro. Se la juré al momento y esperé la ocasión para responderle. Algo se barruntaba él, porque estuvo evitándome durante mucho tiempo, y yo no conseguía echarle el ojo. Hasta que un día lo pillé bebiendo desprevenido en los Chorros de la Plaza. Fue tal el sopapo que le endilgué, que se fue para su casa llorando y echando sangre como un cochino.
¡Amigo mío! La casa de mis tíos se convirtió desde ese momento en territorio prohibido para mí. A ver quién se atrevía a aparecer por allí con la sangre caliente. Así que estuve un tiempo largo esperando que la tempestad amainase antes de dejarme caer por allí.
Durante un verano de aquella infancia de finales de los años cuarenta nos dio a un grupo de niños por hacer figuritas con barro "biño". De ahí nos salieron, más mal que bien moldeadas, carros, vacas, caballos, gallinas... Teníamos nuestro pequeño taller de trabajo y almacén en Los Peñoncillos. Que quiénes éramos???? Pues por ahí estaban Tosi, Balbino, algunos más de cuyos nombres no quiero acordarme...y por supuesto, mi primo "Chaquetilla", que por aquel entonces no la lucía en el mote, pues aún se le llamaba Pepe "Calva".
Alguna rivalidad nos traeríamos, pues aprovechando Pepe que era la hora de la comida, y que no las guardaba nadie, fue y nos destrozó todo nuestro museo de animales de barro. Se la juré al momento y esperé la ocasión para responderle. Algo se barruntaba él, porque estuvo evitándome durante mucho tiempo, y yo no conseguía echarle el ojo. Hasta que un día lo pillé bebiendo desprevenido en los Chorros de la Plaza. Fue tal el sopapo que le endilgué, que se fue para su casa llorando y echando sangre como un cochino.
¡Amigo mío! La casa de mis tíos se convirtió desde ese momento en territorio prohibido para mí. A ver quién se atrevía a aparecer por allí con la sangre caliente. Así que estuve un tiempo largo esperando que la tempestad amainase antes de dejarme caer por allí.
Don Daniel.
A todos nos ha de llegar la hora, pero aquel día le llegó a Ezequiel, el hijo del boticario. Falleció Ezequiel, que se había casado con la Publia, la de Asusta, y al cielo también le pareció mal, pues se puso a echar agua como nunca lo había hecho
E iba la triste procesión toda la calle arriba hacia el cementerio, bajo el agua violenta, y presidida por Don Daniel, el cura de Alamillo.
Ahí iban a cubrirlo con un paraguas.
Tápese don Daniel, que se va a ahogar.
Pero Don Daniiel decía que él no se mojaba, que no había cuidado. Don Daniel no se moja.
A sus flancos iban otros dos curillas que le auxiliaban en las exequias, y era una pena verlos arrugadillos bajo el diluvio. Porque si no se cubría a Don Daniel, no iban a ir ellos bajo palio...
Don Daniel los tenía bien puestos. Los cojones. Ya que no los usaba para lo que estaban hechos, los echaba para casi todo lo demás.
E iba la triste procesión toda la calle arriba hacia el cementerio, bajo el agua violenta, y presidida por Don Daniel, el cura de Alamillo.
Ahí iban a cubrirlo con un paraguas.
Tápese don Daniel, que se va a ahogar.
Pero Don Daniiel decía que él no se mojaba, que no había cuidado. Don Daniel no se moja.
A sus flancos iban otros dos curillas que le auxiliaban en las exequias, y era una pena verlos arrugadillos bajo el diluvio. Porque si no se cubría a Don Daniel, no iban a ir ellos bajo palio...
Don Daniel los tenía bien puestos. Los cojones. Ya que no los usaba para lo que estaban hechos, los echaba para casi todo lo demás.
viernes, 17 de febrero de 2012
LO MÁS BONITO QUE ME PASÓ EN LA VIDA......
Tras la tragedia del incendio, volvimos a Alamillo, como ya tengo dicho, y empezamos a conocer los usos y costumbres de vivir en un pueblo. Pasearse los mozos por la carretera al finalizar el día era una de esas costumbres.
Y una de aquellas tardes para allí nos subimos Emiliano el de El Peine y yo. Por delante de nosotros iban la Quica, la de Torrico, y la otra Quica, la del Sordo el de Ginés.
Me acuerdo que Emiliano me dijo: déjame a mí a La Torrica que ya la quiero algo. A lo que yo le contesté que a mí lo mismo me daba.
Pero a raiz del encuentro de aquella tarde todo cambió completamente para mí.
Fue una sensación nueva, como si me hubieran tocado con una varita mágica. Desde aquel momento empecé a quererla y ya no supe vivir sin ella. Siempre deseando que pasara la jornada a toda prisa para volver a vernos al final del día. No sé cómo pero ella también me correspondió, y fue tanto el amor que nos tuvimos que a los seis meses de conocernos me decidí a pedirle la entrada a mi suegro.
Y qué fatifgas pasé -Dios mío- para hablar con aquel hombre que no oía nada. Todo por señas. Qué sudores y qué vergüenza, hasta que por fin se soltó diciendo:
-Sois muy jóvenes todavía, pero te voy a consentir que entres en la casa para hablar con mi hija.
Ella en ese momento no estaba en casa, sino en la de Los Carillas, y hacia allí me marché corriendo de alegría para enterarla cuanto antes. Se puso como loca de contenta, y desde aquel mismo momento la quise tanto que para mí siempre ha sido como una diosa. Sé que rompería a llorar ahora mismo si siguiera conmigo y le diera a leer estas palabras, tal ha sido siempre de sensible con todo.
¿He hablado ya de Gómez Ibáñez? SEGANDO
Y es que aquellos momentos y aquella finca dieron para mucho, y me vuelven una y otra vez a la mente, a destiempo y alocados..
Uno de los años que allí estuvimos llegamos a cocer cinco mil arrobas de carbón, que se dice pronto, pero hay que hacerlas. Yo tenía 16 años, y resultó que los mayores (mi padre, mis tíos Vicente y Nicolás, y El Lobo) se fueron a Abenójar a tratar con un abogado, porque los dueños de la finca querían echarnos injustamente a todos antes de que acabara el contrato.
Nosotros éramos ya casi unos hombres, así que nos dejaron a mi hermano y a mí a cargo de los cerca de veinte hornos que tenían encendidos entre mi padre y su hermano.
Con nosotros se encontraba también mi primo El Tripa, pero éste casi no contaba, pues no tenía ni la menor idea del negocio de los hornos. Así que allí quedaron Cándido y Fructuoso, subiéndose a este horno, y bajándose de áquel, haciéndo frente al trabajo con la furia y el brío de nuestra juventud.
También recuerdo que en otra ocasión estuvieron con nosotrros segando, Palomino, Rufino (el hermano de El Chinche) y El Mochuelo. Este último, antes de empezar la faena, se dirigió a nosotros sacando pecho, y nos dijo:
-Bueno, en cuantito yo me espatarre aquí, os vais a enterar de lo que es "segar".
Pero acabó la jornada, y aquella lección que nos iba a dar no llegó a producirse. Quizás es que no llegó a "espatarrarse" como él pretendía.
También segando, otro año nos acompañaron Pepe el de Tínex, su hermano Daniel (que luego se casaría con mi hermana Pilar para entrar así en la familia), Emilio Tres Pechos, y otros de cuyos nombres no quiero acordarme. Nuestra temporada de siega era de dos meses: uno en el pueblo a jornal, y otro mes en lo nuestro.
Uno de los años que allí estuvimos llegamos a cocer cinco mil arrobas de carbón, que se dice pronto, pero hay que hacerlas. Yo tenía 16 años, y resultó que los mayores (mi padre, mis tíos Vicente y Nicolás, y El Lobo) se fueron a Abenójar a tratar con un abogado, porque los dueños de la finca querían echarnos injustamente a todos antes de que acabara el contrato.
Nosotros éramos ya casi unos hombres, así que nos dejaron a mi hermano y a mí a cargo de los cerca de veinte hornos que tenían encendidos entre mi padre y su hermano.
Con nosotros se encontraba también mi primo El Tripa, pero éste casi no contaba, pues no tenía ni la menor idea del negocio de los hornos. Así que allí quedaron Cándido y Fructuoso, subiéndose a este horno, y bajándose de áquel, haciéndo frente al trabajo con la furia y el brío de nuestra juventud.
También recuerdo que en otra ocasión estuvieron con nosotrros segando, Palomino, Rufino (el hermano de El Chinche) y El Mochuelo. Este último, antes de empezar la faena, se dirigió a nosotros sacando pecho, y nos dijo:
-Bueno, en cuantito yo me espatarre aquí, os vais a enterar de lo que es "segar".
Pero acabó la jornada, y aquella lección que nos iba a dar no llegó a producirse. Quizás es que no llegó a "espatarrarse" como él pretendía.
También segando, otro año nos acompañaron Pepe el de Tínex, su hermano Daniel (que luego se casaría con mi hermana Pilar para entrar así en la familia), Emilio Tres Pechos, y otros de cuyos nombres no quiero acordarme. Nuestra temporada de siega era de dos meses: uno en el pueblo a jornal, y otro mes en lo nuestro.
domingo, 12 de febrero de 2012
Fuente Ovejuna
Sólo recuerdo la emoción de las cosas,
y se me olvida todo lo demás;
muchas son las lagunas de mi memoria
En unas fiestas de San Antonio de los años cincuenta (yo tendría 11 ó 13 años) se reavivó, con la indignación del pueblo y la revuelta, el espíritu libertario de la famosa obra de Lope de Vega.
Todo fue que el Consistorio dio instrucciones a los mozos de Alamillo para que fueran a por los toros hasta una finca que había en Fuente el Canto. La finca estaba guardada por Piruchi, y allí se encaminaron los jóvenes, festivos y entonados gracias a unas botellas de vino y coñac que muy amablemente se les había entregado junto con el encargo.
Estando ya de vuelta la alegre comitiva con los astados, y a la altura de La Cabrera, se les enfrenta la Guardia Civil con la orden de que tenían que devolver las vacas al lugar de donde las habían cogido.
Los achispados mozos no entendían a qué venía el tomarlos por tontos con eso de ir y volver, como si se estuvieram riendo de ellos. Así que se negaron y plantaron..
Se montó una muy gorda en La Cabrera, y tal fue, que acabaron los jóvenes vapuleados y esposados. Entre ellos Feliciano, el de El Tortas, y Joaquín el de El Gato, que era incluso concejal, por mediar por los mozos e ir a favor de ellos.
Y ahí vemos cómo bajo el sol de junio, la Guardia Civil viene arreando hacia Alamillo a los jóvenes cautivos en plenas fiestas patronales. Una afrenta que el Pueblo no podía permitir. Así que se apostaron todos los alamilleros de bien a la altura de La Cañaílla para evitar que sus paisanos fueran tratados como criminales y entraran en el pueblo con cadenas. A modo de barricada, unos con palos y otros con navajas, consiguieron su propósito, y los mozos pudieron entrar libremente en la población con la muñecas libres de hierros. La anécdota fue que a uno de ellos no le quedó más remedio que entrar con esposas porque se había roto la llave que las abría.
Es difícil de entender qué movió al alcalde a meter la pata con aquel error que encendió tanto los ánimos. Igual a mí, como era chico, se me escapaba alguna razón, pero lo cierrto es que tal y como lo he contado era como se guardaba en la memoria de todo el pueblo y así se relataba.
Esas fiestas de San Antonio ya estaban acabadas antes de empezar. Los animos del pueblo estaban encendidos, y no querían que los festejos tuvieran lugar como si nada hubiera pasado.
Y era tal el polvorín montado, que cuando Jacobito, el alcalde, mandó regar la plaza para prepararla para el Baile, cuentan las lenguas que hasta su propio hermano, el boticario, se fue a él y le dijo:
-Mira lo que te digo, Jacobo, como se te ocurra montar baile cojo y te pego cuatro tiros, y un quinto me lo pego yo.
Aquellas noches de San Antonio todo el pueblo estaba efervescente, hartos de que los de siempre les hicieran tragar morcilla taranga. Fueron noches en las que iban como en procesión hasta el ayuntamiento gritando "Fuente Ovejuna, todos a una!!!!!!" Cansados de que en aquellos años cincuenta los poderosos los trataran siempre como a muñecos, le echaron un par de cojones al asunto.
Cómo me gustaría que todo aquel que guardare noticia de este pequeño levantamiento de nuestro pueblo se animara y expusiera su versión o lo que recuerda que le contaran.
jueves, 9 de febrero de 2012
UNA DE CAL Y OTRA DE ENCINA
Voy a intentar explicar ahora el proceso mediante el que obteníamos el carbón y la cal en el Valle de Alcudia. Muchos de vosotros igual os acordaréis todavía, pero otros no tienen ni idea -como mis hijos, por ejemplo- y no les vendrá mal un poco de antropología alamillense.
Carbón de encina.
Para empezar nos hace falta un guarda de la finca. Este se encargaba de marcar los mejores árboles, y luego íbamos nosotros arrancándolos a golpe de azadón. Se le quitaba toda la tierra de alrededor, e íbamos cortándole las raíces así que aparecían. Cuando ya no estaba tan agarrada al suelo, le atábamos una soga a las ramas para tumbarla a base de tirar y tirar de ella. Ya herida y humillada, le hachábamos las ramas hasta hacer un buen montón de leños. El tronco se troceaba con un serrucho manejado por dos hombres.
Le acercábamos un carro muy bajito que teníamos con las ruedas muy pequeñas y se trasladaba todo hasta donde teníamos pensado hacer el horno.
El horno era circular. Lo primero de todo era disponer los trozos de tronco y encima los leños menudos. Lo cubríamos con paja o con helechos. y le poníamos también encima una manta de tierrra. Por la parte alta le practicábamos unas humeras para que respirara. Entonces le dábamos lumbre, y a esperar hasta que se hiciera el carbón.
Una vez enfriado, lo limpiábamos de tierra y de terrones y sacábamos el carbón por una zona del horno que llamábamos las ganchadas. Lo extraíamos ayudados por un ruiillo de madera que acababa en media luna, y se acordonaba con un rastro de dientes. Lo apilábamos todo ordenadamente, y la carbonilla la apartábamos en un montón.
Carbón de cal
Para empezar nos hace falta una cantera de cal de la que extraer la piedra caliza. Trasladábamos las rocas hasta el horno. Este tenía forma de cono y en su parte inferior contaba con un foso que era donde metíamos todo el monte al que luego pegaríamos fuego.
Íbamos disponiendo las piedras ordenadamente, en un rebaje del horno, hasta medio metro antes de llegar al borde. Una vez cargado el foso con las gavillas de monte, le metíamos fuego y lo dejábamos arder durante veinticuatro horas. Ya frío, sácabamos la ceniza y dejábamos el foso bien limpio.
Tumbábamos entonces la piedra cocida y se sacaba toda la cal. Y venga, a llevarla a la mina.
Algo más atrás he comentado cómo mi abuelo se acordaba de Merendón y de sus asaduras. Recuerdo aquellos juramentos especialmente porque me hacían mucha gracia como niño que era, y parece que todavía lo veo intentando meter las gavillas y tropezando con la puerta del horno.
Merendón se había encargado de reformar la entrada al foso, y por lo visto la había dejada muy pequeña, lo que dificultaba la labor a mi abuelo, que con su únco ojo no precisaba que le pusieran muchos más obstáculos.
Carbón de encina.
Para empezar nos hace falta un guarda de la finca. Este se encargaba de marcar los mejores árboles, y luego íbamos nosotros arrancándolos a golpe de azadón. Se le quitaba toda la tierra de alrededor, e íbamos cortándole las raíces así que aparecían. Cuando ya no estaba tan agarrada al suelo, le atábamos una soga a las ramas para tumbarla a base de tirar y tirar de ella. Ya herida y humillada, le hachábamos las ramas hasta hacer un buen montón de leños. El tronco se troceaba con un serrucho manejado por dos hombres.
Le acercábamos un carro muy bajito que teníamos con las ruedas muy pequeñas y se trasladaba todo hasta donde teníamos pensado hacer el horno.
El horno era circular. Lo primero de todo era disponer los trozos de tronco y encima los leños menudos. Lo cubríamos con paja o con helechos. y le poníamos también encima una manta de tierrra. Por la parte alta le practicábamos unas humeras para que respirara. Entonces le dábamos lumbre, y a esperar hasta que se hiciera el carbón.
Una vez enfriado, lo limpiábamos de tierra y de terrones y sacábamos el carbón por una zona del horno que llamábamos las ganchadas. Lo extraíamos ayudados por un ruiillo de madera que acababa en media luna, y se acordonaba con un rastro de dientes. Lo apilábamos todo ordenadamente, y la carbonilla la apartábamos en un montón.
Carbón de cal
Para empezar nos hace falta una cantera de cal de la que extraer la piedra caliza. Trasladábamos las rocas hasta el horno. Este tenía forma de cono y en su parte inferior contaba con un foso que era donde metíamos todo el monte al que luego pegaríamos fuego.
Íbamos disponiendo las piedras ordenadamente, en un rebaje del horno, hasta medio metro antes de llegar al borde. Una vez cargado el foso con las gavillas de monte, le metíamos fuego y lo dejábamos arder durante veinticuatro horas. Ya frío, sácabamos la ceniza y dejábamos el foso bien limpio.
Tumbábamos entonces la piedra cocida y se sacaba toda la cal. Y venga, a llevarla a la mina.
Algo más atrás he comentado cómo mi abuelo se acordaba de Merendón y de sus asaduras. Recuerdo aquellos juramentos especialmente porque me hacían mucha gracia como niño que era, y parece que todavía lo veo intentando meter las gavillas y tropezando con la puerta del horno.
Merendón se había encargado de reformar la entrada al foso, y por lo visto la había dejada muy pequeña, lo que dificultaba la labor a mi abuelo, que con su únco ojo no precisaba que le pusieran muchos más obstáculos.
lunes, 6 de febrero de 2012
De Romería
Vamos a ello!!!
En los años del campo, en los años de Gómez Ibáñez, se celebraraba en una finca lindera a la nuestra una estupenda romería. Creo que era cada quince de marzo. Se adornaban los carros hasta convertirlos en carrozas. Se adornaban los mulos y los bueyes con sus mejores aperos. Y las mujeres también se adornaban con sus mejores trajes.
Los de Abenójar llevaban a su Virgen de la Encarnación.
Cada uno llevaba su comida y la compartía con todos los asistentes.
Los recuerdos que guardo de aquellas romerías es que todo el mundo se lo pasaba estupendamente y que todo el campo -tan solitario siempre- se llenaba de gente por unos días.
Navacerrada era otro pueblecito que tampoco estaba muy lejos de la finca. Los de allí se habían hermanado con los de Abenójar, y empezaron a llevar también su virgen a la romería. Era la Virgen de la Paz. Así que se juntaban las dos, la de la Encarnación y la de la Paz, y se montaba un romería de lo más bonita.
Me acuerdo que uno de los años nos sacaron esta foto delante de las dos vírgenes a un amigo y a mí. Sé que estábamos un poco tocados del ala pero no era sino por motivos de la edad.
Quizás tenga que explicar para que me identifiquéis, que en la foto yo soy el guapo, y que no llevo corona.
Aquel año, si mal no me acuerdo, estuvieron los Pelusos haciendo carbón justamente en la finca de los de la virgen de la Encarnación; y en plena romería, Emilio el del Peluso pilló una borrachera morrocotuda, hasta el punto de que por no dejarlo ahí tirado, lo echamos atravesado a los lomos de una mula que teníamos, y lo llevamos donde los suyos. El Gato le tiraba de los pelos, y Eufrasillo de los pies. Recuerdo que su madre, la Benita, en cuanto nos vio venir con su hijo haciendo de aguaderas se puso a gritarnos:
-¡Canallas, criminales! ¡Qué me lo queréis matar! ¡Dejádmelo en paz!
En fin, adolescencias silvestres, y una juerga tras otra en aquellas fiestas que se montaban en pleno campo.
* * *
Coincidiendo con esos tiempos, se nos perdieron unos pavos que teníamos en nuestra granjita. Y a ver quién se atrevía a decirle a Emilio el de la Abona, mi padre, que los pavos no aparecían...
En cuanto se enteró, no paraba de gritarnos:
-¡Si os cayera un rayo a todos ahora que está nublado!
Se ponía como un basilisco. Luego en realidad era poca cosa y se le pasaba rápido. Pero tenía un momento que conjuraba a todos los dioses y los recortaba con una mala leche que nosotros no sabíamos dónde meternos. Hasta que al final acababa por disiparse el temporal.
domingo, 5 de febrero de 2012
DESGARRO
En cuanto al día a día y al trabajo en Alamillo, la cosa se ponía cada vez peor. En la casa éramos tres hombres y tan sólo una yunta de mulas, y por supuesto sin tierra propia, así que había que marcharse fuera a buscar trabajo.
Me acuerdo perfectamente de aquella noche en la que tras volver de estar con mi novia mi padre se me sentó en frente y me dijo:
- Mira, hemos estado hablando mamá y yo, y hemos pensado que lo mejor para todos es que tu hermano y tú os marchéis para Bilbao, con los tíos.
En cuanto me dijeron aquello puse el grito en el cielo. Ni por ensoñación estaba dispuesto a salir de mi pueblo y menos aún a abandonar a mi novia. Pero con los días, se apagó el enfado, me paré a pensar y vi que tal y como estaba la situación mis padres tenían razón.
Antes de irme, le dejé a mi suegro un buen recuerdo de mí: poco antes se le había roto un carro que tenían, y se lo arreglé con unas traviesas de vía que me agencié. Con ellas le hice la escalera al carro, y El Sordo se quedó tan contento.
El 1 de septiembre de 1960 cogimos el tren mi hermano Cándido y yo, y nos fuimos para el norte. Cuando llegamos al día siguiente, Bilbao nos recibió lloviendo. Sufrí la mayor de las decepciones, Nada de lo que yo más quería estaba en aquella ciudad gris. Lo único que pasaba por mi cabeza con insistencia era la idea de volverme a Alamillo inmediatamente.
sábado, 4 de febrero de 2012
Por que no se pierdan...
Marcos se casó en Segovia
tuerto, manco y jorobado.
qué tal no sería la novia
cuando él fue el engañado.
Vas a durar menos
que Cebollo en el Hornillo,
que cuando se fue
estaba su madre haciendo
migas de harina,
y cuando volvió
aún no las había terminado.jueves, 2 de febrero de 2012
CLARA
Ser un niño en Gómez Ibáñez no era muy diferente de ser un agricultor adulto. Voy a listar algunas de las tareas que teníamos que realizar:
Lo que voy a contar pasó una mañana de otoño. Nos fuimos casi todos a sembrar un terreno que distaba unos dos kilómetros del cortijo Nos encontrábamos en ese momento unciendo los mulos, cuando de repente, alguien -creo que mi tío Vicente- dijo que se veía mucho humo a lo lejos, seguramente en algún boliche donde habrían metido al fuego más cañas de las necesarias.
Pero yo, que a pesar de mis pocos años ya era muy vivo, les grité que aquello no era ningún horno de carbón, sino nuestras casillas.
Nos montamos inmediatamente en los mulos y salimos a todo trote. Sin embargo, para nuestra desgracia, cuando llegamos ya no se podía hacer nada. Estaba todo arrasado por el fuego: el grano que teníamos para sembrar, el propio trigo destinado a pan, la cebada que era el pienso para los animales. En fin, todo. Se quemó todo lo que teníamos. Para aquel nuestro pequeño mundo en el campo, aquella fue una auténtica ruina. Pero por si hubiera sido poca desgracia, lo peor estaba por llegar cuando nos enteramos de que mi prima Clara, la hija de mi tío Vicente, no pudo evitar que la devoraran las llamas. Mi pobre prima, de apenas 14 años, duró apenas 24 horas con vida tras el incendio. En plena tragedia, mi padre, por querer ayudarla, se quemó las manos y la cara, y a punto estuvo de salir tan mal parado como la pobre Clara..
Parece ser que mi tío había comprado un litro de gasolina para encender los mecheros. Haciendo limpieza quisieron cambiar la botella de sitio, y ésta se cayó, se rompió, e inexplicablemente prendió, quizás porque se derramó cerca de la lumbre del hogar. A Clara se la llevaron a Ciudad Real, pero como he apuntado antes, poco se pudo hacer. A pesar de tantísimos años transcurridos, ahora que lo estoy recordando para escribirlo aquí, lo estoy volviendo a vivir, me emociono, cierro los ojos y veo las llamas, los gritos, la desgracia. Es un recuerdo del que no me libraré jamás.
Después de aquel desastre del incendio en los cortijos nos tuvimos que volver al pueblo, y desde entonces, cada vez que hubo que sembrar o trabajar la tierra de cualquier manera, nos desplazábamos desde Alamillo hasta el terreno. Nunca más tentar a la suerte. Nunca más vivir en el campo.
Estuvimos durante un tiempo en la Casillas de mi tío Nicolás, pero ya no estábamos a gusto viviendo de esa manera. Fue una pérdida muy grande y no nos la quitábamos de la cabeza. El bueno de mi tío Vicente no volvió a aparecer por allí para nada. Obviamente.
- Arrancar cepas con el azadón para hacer el carbón
- Arar la tierra
- Sembrarla
- Segar la cosecha
- Llevar la mies a la era
- Trillarla
- Alventar
- Y por último, llevar el grano en el carro hasta Alamillo, nuestro pueblo. Un viaje de 41 kms. Un viaje que nos llevaba más de diez horas. Un viaje que siempre hacíamos de noche por evitar las calores. La vida nos fue muy dura en Gómez Ibáñez. Pero lo cierto es que no había mucho donde escoger.
Lo que voy a contar pasó una mañana de otoño. Nos fuimos casi todos a sembrar un terreno que distaba unos dos kilómetros del cortijo Nos encontrábamos en ese momento unciendo los mulos, cuando de repente, alguien -creo que mi tío Vicente- dijo que se veía mucho humo a lo lejos, seguramente en algún boliche donde habrían metido al fuego más cañas de las necesarias.
Pero yo, que a pesar de mis pocos años ya era muy vivo, les grité que aquello no era ningún horno de carbón, sino nuestras casillas.
Nos montamos inmediatamente en los mulos y salimos a todo trote. Sin embargo, para nuestra desgracia, cuando llegamos ya no se podía hacer nada. Estaba todo arrasado por el fuego: el grano que teníamos para sembrar, el propio trigo destinado a pan, la cebada que era el pienso para los animales. En fin, todo. Se quemó todo lo que teníamos. Para aquel nuestro pequeño mundo en el campo, aquella fue una auténtica ruina. Pero por si hubiera sido poca desgracia, lo peor estaba por llegar cuando nos enteramos de que mi prima Clara, la hija de mi tío Vicente, no pudo evitar que la devoraran las llamas. Mi pobre prima, de apenas 14 años, duró apenas 24 horas con vida tras el incendio. En plena tragedia, mi padre, por querer ayudarla, se quemó las manos y la cara, y a punto estuvo de salir tan mal parado como la pobre Clara..
Parece ser que mi tío había comprado un litro de gasolina para encender los mecheros. Haciendo limpieza quisieron cambiar la botella de sitio, y ésta se cayó, se rompió, e inexplicablemente prendió, quizás porque se derramó cerca de la lumbre del hogar. A Clara se la llevaron a Ciudad Real, pero como he apuntado antes, poco se pudo hacer. A pesar de tantísimos años transcurridos, ahora que lo estoy recordando para escribirlo aquí, lo estoy volviendo a vivir, me emociono, cierro los ojos y veo las llamas, los gritos, la desgracia. Es un recuerdo del que no me libraré jamás.
Después de aquel desastre del incendio en los cortijos nos tuvimos que volver al pueblo, y desde entonces, cada vez que hubo que sembrar o trabajar la tierra de cualquier manera, nos desplazábamos desde Alamillo hasta el terreno. Nunca más tentar a la suerte. Nunca más vivir en el campo.
Estuvimos durante un tiempo en la Casillas de mi tío Nicolás, pero ya no estábamos a gusto viviendo de esa manera. Fue una pérdida muy grande y no nos la quitábamos de la cabeza. El bueno de mi tío Vicente no volvió a aparecer por allí para nada. Obviamente.
martes, 31 de enero de 2012
dites y diretes
Eres más puta
que María Martillo
que lo daba por uvas
y la viña era suya
Eres más alcahueta
que la perra Boquique,
que se metía
en todas las matanzas.
Mira si tendré pulso
que vengo desde la Morra
con un nido de chinchilla en la mano
y no he roto los huevos.
que María Martillo
que lo daba por uvas
y la viña era suya
Eres más alcahueta
que la perra Boquique,
que se metía
en todas las matanzas.
Mira si tendré pulso
que vengo desde la Morra
con un nido de chinchilla en la mano
y no he roto los huevos.
viernes, 27 de enero de 2012
Del Ciclismo y de la Caza
Luego estuvo el tema de la bicicleta.
Mi hermano y yo estábamos realmente obsesionados con tener una que nos llevara de un prado a otro, de una loma a otra loma. Pero la situación estaba realmente jodida y era como pedir peras al olmo. Para acceder a una nos teníamos que devanar los sesos y encontrar formas alternativas que nos permitieran financiarla. En el tiempo de descanso, cuando mi padre se fumaba el cigarro amparado en alguna sombra, nosotros seguíamos haciendo un trabajo extra que nos habíamos agenciado: arrancar cepas para hacer nuestro particular horno de carbón. Con el dinero que nos proporcionara nos haríamos con una flamante bicicleta. Y efectivamente, construimos un horno de 500 arrobas. Ya teníamos el dinero prácticamente en la mano, cuando algo surgió, hizo realmente falta para otra cosa y hubo que arrimarlo. La bici podía esperar. Otra vez sería.
Y esa vez tomó forma al año siguiente, cuando Cándido y yo llegamos a sembrar sin más ayuda que nuestras manos, 25 kilos de garbanzos. Llegamos a cosechar 15 ó 20 fanegas, suficiente para comprarnos una bici para cada uno, cuando, de nuevo algo surgió, hizo falta el dinero para otra cosa y hubo que arrimarlo. Otra vez sería. Las bicis podían esperar.
Al final conseguimos hacernos con una por 500 pesetas que daba pena verla: sin frenos, sin guardabarros, puro chasis, una bici de cartilla de racionamiento. Pero una bici al fin y al cabo.
Aunque de racionamiento sólo la bici, porque a nosotros nunca nos faltó la carne mientras estuvimos en Gómez Ibáñez. Yo me encargaba de colocar los dos únicos cepos que tenía, y casi siempre encontraba un par de conejos que llevar a casa.
Recuerdo muy bien aquel verano llevándole a mi madre las perdices que caían en los 40 ó 50 lazos que diseminaba por el campo. Me convertí en Gómez Ibáñez en un pequeño cazador de unos doce o trece años, que atravesaba, descalzo, todo el campo buscando sus trampas. En tiempo de nidos recolectaba un montón de huevos de todo tipo de pájaros. Me dedicaba tanto al pelo como a la pluma. Los pies desnudos trotando sobre la hierba, sobre la tierra, pues por aquel entonces nunca me ponía zapatos. Más tarde, cuando me enseñé a ellos ya no me los pude quitar.
Mi hermano y yo estábamos realmente obsesionados con tener una que nos llevara de un prado a otro, de una loma a otra loma. Pero la situación estaba realmente jodida y era como pedir peras al olmo. Para acceder a una nos teníamos que devanar los sesos y encontrar formas alternativas que nos permitieran financiarla. En el tiempo de descanso, cuando mi padre se fumaba el cigarro amparado en alguna sombra, nosotros seguíamos haciendo un trabajo extra que nos habíamos agenciado: arrancar cepas para hacer nuestro particular horno de carbón. Con el dinero que nos proporcionara nos haríamos con una flamante bicicleta. Y efectivamente, construimos un horno de 500 arrobas. Ya teníamos el dinero prácticamente en la mano, cuando algo surgió, hizo realmente falta para otra cosa y hubo que arrimarlo. La bici podía esperar. Otra vez sería.
Y esa vez tomó forma al año siguiente, cuando Cándido y yo llegamos a sembrar sin más ayuda que nuestras manos, 25 kilos de garbanzos. Llegamos a cosechar 15 ó 20 fanegas, suficiente para comprarnos una bici para cada uno, cuando, de nuevo algo surgió, hizo falta el dinero para otra cosa y hubo que arrimarlo. Otra vez sería. Las bicis podían esperar.
Al final conseguimos hacernos con una por 500 pesetas que daba pena verla: sin frenos, sin guardabarros, puro chasis, una bici de cartilla de racionamiento. Pero una bici al fin y al cabo.
Aunque de racionamiento sólo la bici, porque a nosotros nunca nos faltó la carne mientras estuvimos en Gómez Ibáñez. Yo me encargaba de colocar los dos únicos cepos que tenía, y casi siempre encontraba un par de conejos que llevar a casa.
Recuerdo muy bien aquel verano llevándole a mi madre las perdices que caían en los 40 ó 50 lazos que diseminaba por el campo. Me convertí en Gómez Ibáñez en un pequeño cazador de unos doce o trece años, que atravesaba, descalzo, todo el campo buscando sus trampas. En tiempo de nidos recolectaba un montón de huevos de todo tipo de pájaros. Me dedicaba tanto al pelo como a la pluma. Los pies desnudos trotando sobre la hierba, sobre la tierra, pues por aquel entonces nunca me ponía zapatos. Más tarde, cuando me enseñé a ellos ya no me los pude quitar.
martes, 24 de enero de 2012
GÓMEZ IBÁÑEZ
Fue que a finales de 1951 nos mudamos al Puerto de Quejigares, a una finca llamada Gomez Ibáñez. Esta finca se situaba justamente en el km 41 de la carretera que lleva desde Almadén hasta la propia ciudad Real; más concretamente entre las poblaciones de Abenójar y Fontanosa. Fuimos allí -cómo no- a hacer más carbón, a desmontar la tierra una vez más. Nos alquilaron todo aquel terreno por tres años, y teníamos también derecho a cultivarlo como quisiéramos. De nuevo iba a pasar parte de mi niñez en pleno campo, rodeado de jara y de brezo, de lantisco y de madroños, de charnegas y de todo tipo de matorrales.
En Gómez Ibáñez comencé a fabricarme mis propios juguetes. Los construía con el corcho que le sacaba a los alcornoques. Y así, me divertía construyendo coches, camiones, mulos, caballos, ovejas, gallinas, cerdos y no sé cuántas cosas más, todas de corcho. Recuerdo que en una ocasión fabriqué un enorme camión donde se montaban mis dos hermanas. Les encantaba que yo las empujara cuesta abajo, y más de una vez recuerdo que estuvieron a punto de partirse la crisma.
Para trabajar toda aquella tierra mi padre y su hermano Vicente compraron una yunta de bueyes, con tan mala fortuna, que al poco uno de ellos enfermó y tuvieron que comprar un tercero. Milagrosamente, el buey deshauciado sanó, y tanto, que llegó a ponerse enorme de gordo. Lo pusieron a la venta y con el dinero que les dio se compraron dos mulos para cada uno.
A Emilio, mi padre, que no debía tener buena suerte para los animales, con el tiempo se le murió uno de ellos; y para reemplazarlo por otro me eligió a mí por que lo acompañara a la feria de Almadén. Yo tenía ya mis 15 años.
En Gómez Ibáñez comencé a fabricarme mis propios juguetes. Los construía con el corcho que le sacaba a los alcornoques. Y así, me divertía construyendo coches, camiones, mulos, caballos, ovejas, gallinas, cerdos y no sé cuántas cosas más, todas de corcho. Recuerdo que en una ocasión fabriqué un enorme camión donde se montaban mis dos hermanas. Les encantaba que yo las empujara cuesta abajo, y más de una vez recuerdo que estuvieron a punto de partirse la crisma.
Para trabajar toda aquella tierra mi padre y su hermano Vicente compraron una yunta de bueyes, con tan mala fortuna, que al poco uno de ellos enfermó y tuvieron que comprar un tercero. Milagrosamente, el buey deshauciado sanó, y tanto, que llegó a ponerse enorme de gordo. Lo pusieron a la venta y con el dinero que les dio se compraron dos mulos para cada uno.
A Emilio, mi padre, que no debía tener buena suerte para los animales, con el tiempo se le murió uno de ellos; y para reemplazarlo por otro me eligió a mí por que lo acompañara a la feria de Almadén. Yo tenía ya mis 15 años.
De pie Vicente, el hermano de mi padre.
Sentado, Enemesio, el hermano de Pilar, mi madre.
domingo, 22 de enero de 2012
sábado, 21 de enero de 2012
Las Gallegas
En 1950 estuvo mi padre haciendo cal en la calera de la María Moreno. A Vicente, su padre, le faltaba un ojo, así que metía los haces de monte atravesados y no le cabían por la puerta. Entonces se liaba a jurar a voz en grito y era una gloria oirlo: "Merendón, cabrón. Baja cabrón, que te como las asaduras, Merendón. Cabrón..." y así se podía tirar toda la noche con su cantinela.
También en el año de 1950 hicimos carbón donde Las Gallegas. Esta era una finca que se situaba a unos 6 kms. de Almadén, propiedad de Don Vicente Cárdenas. Mi padre arrancaba las encinas para que mi hermano y yo les fuéramos picando las taramas. Todo ese picón que se producía lo llevaba mi madre cada día hasta Almadén para venderlo. A la entrada del mismo pueblo se apostaba la caseta del "consumista" donde todo aquel que quisiera meter algo con lo que mercar en la población tenía que pagar una especie de impuesto de comercio que se llamaba "el consumo". La buena de Pilar, en lugar de con dinero lo pagaba con un saquito de picón del que se beneficiaba el de la caseta. El saquito poco a poco fue menguando de tamaño así que mi madre le iba cosiendo el fondo por que entrara menos carbón.
Al año siguiente, en 1951, estuvimos en la misma finca pero ya no como piconeros, pues mi padre consiguió el puesto de Guarda Jurado. Teníamos cedido un pequeño huerto y lo atendíamos entre toda la familia, también los abuelos Vicente y Ambrosia. Y por supuesto nosotros dos, mi hermano y yo, que ya con 15 y 11 años hacíamos todas las labores como el que más.
Aquel 19 de marzo nació la pequeña de la casa y le pusieron María Josefa Felicia. A los pocos días le salió a la pobre un bultito en el pecho, y el médico de la finca, como era médico, se lo abrió con una cuchilla de afeitar sin mayor problema.
Estuvimos allí hasta el mismo día de San Miguel, el 29 de septiembre, que era cuando se firmaban por aquel entonces los contratos. De San Miguel a San Miguel.
Recuerdo como si fuera hoy mismo que a mi abuelo le volaba el aire el sombrero y cuando al fin lo recuperaba se empezaba a cagar en todos los santos del cielo. Con toda la gracia del mundo decía que se cagaba en un barco lleno de periódicos, todos escritos con letra pequeña, y en cada letra una virgen y que en todas se cagaba.
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También en el año de 1950 hicimos carbón donde Las Gallegas. Esta era una finca que se situaba a unos 6 kms. de Almadén, propiedad de Don Vicente Cárdenas. Mi padre arrancaba las encinas para que mi hermano y yo les fuéramos picando las taramas. Todo ese picón que se producía lo llevaba mi madre cada día hasta Almadén para venderlo. A la entrada del mismo pueblo se apostaba la caseta del "consumista" donde todo aquel que quisiera meter algo con lo que mercar en la población tenía que pagar una especie de impuesto de comercio que se llamaba "el consumo". La buena de Pilar, en lugar de con dinero lo pagaba con un saquito de picón del que se beneficiaba el de la caseta. El saquito poco a poco fue menguando de tamaño así que mi madre le iba cosiendo el fondo por que entrara menos carbón.
Al año siguiente, en 1951, estuvimos en la misma finca pero ya no como piconeros, pues mi padre consiguió el puesto de Guarda Jurado. Teníamos cedido un pequeño huerto y lo atendíamos entre toda la familia, también los abuelos Vicente y Ambrosia. Y por supuesto nosotros dos, mi hermano y yo, que ya con 15 y 11 años hacíamos todas las labores como el que más.
Aquel 19 de marzo nació la pequeña de la casa y le pusieron María Josefa Felicia. A los pocos días le salió a la pobre un bultito en el pecho, y el médico de la finca, como era médico, se lo abrió con una cuchilla de afeitar sin mayor problema.
Estuvimos allí hasta el mismo día de San Miguel, el 29 de septiembre, que era cuando se firmaban por aquel entonces los contratos. De San Miguel a San Miguel.
Recuerdo como si fuera hoy mismo que a mi abuelo le volaba el aire el sombrero y cuando al fin lo recuperaba se empezaba a cagar en todos los santos del cielo. Con toda la gracia del mundo decía que se cagaba en un barco lleno de periódicos, todos escritos con letra pequeña, y en cada letra una virgen y que en todas se cagaba.
Aquí estamos los dos piconeros.
Familia humilde sí, pero en la Feria de San Atonio, las mejores galas.
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ME PRESENTO
Me llamo Fructuoso Gálvez Briz.
Nací un 13 de abril de 1940 en Alamillo, y vengo de una familia humilde.
Mi padre fue Emilio. Y los suyos Vicente y Josefa. Todos los varones, probablemente hasta los padres de mis abuelos, fuimos caleros. Arrancábamos la piedra de una cantera del monte para cocerla y producir así la cal con la que construir viviendas.
Mi padre encontró a Pilar y se casó con ella. Era hija de Eusebio y de Ambrosia.
Emilio y Pilar tuvieron cuatro hijos: Cándido, Fructuoso, Pilar y Felicia.
Mi padre, además de calero, también se las dio de panadero, carbonero y labrador. Es decir, que había que profesar como dictaban las circunstancias. A mí, por ejemplo, me dictaron que no fuera demasiado a la escuela dado que pasé mucho de aquel tiempo en el campo. Lo poco que aprendía me lo iba enseñando mi padre ayudado por la afición que yo le ponía.
Recuerdo que en 1946 estuvo mi padre en la Sierra de Almodóvar, en una finca que se llamaba La Perdiguera. Estuvo haciendo carbón en sociedad con un tal Isidoro Ojo Perra.
Son recuerdos breves de aquel niño de 6 años, como estampas imborrables. Por ejemplo, no se me olvidará nunca que la primera noche que llegamos al chozo que se convertiría ennuestra casa por algún tiempo, mi madre puso de cena arroz con bacalao. Aquel mismo año de 1946 mi hermana Pilar se cayó en la lumbre, y aunque no había un gran fuego, se le clavó un ascua en la rodilla y ahí se quedó la marca que todavía lucirá.
Luego, en el año de 1947 estuvimos en la finca Jaralejo, en el mismo Valle de Alcudia, haciendo carbón de encina. Allí estaba mi abuelo Vicente con nosotros, pues casi siempre estaba con mi padre, tal era el gran cariño que se tenían. Fue ese mismo año cuando mató un toro a Manolete. "Islero" creo que se llamaba.
También pasamos el verano en aquella finca de Jaralejo, y entonces nos acompañó mi primo Antonio, el hijo de mi tía Bersabé
Nací un 13 de abril de 1940 en Alamillo, y vengo de una familia humilde.
Mi padre fue Emilio. Y los suyos Vicente y Josefa. Todos los varones, probablemente hasta los padres de mis abuelos, fuimos caleros. Arrancábamos la piedra de una cantera del monte para cocerla y producir así la cal con la que construir viviendas.
Mi padre encontró a Pilar y se casó con ella. Era hija de Eusebio y de Ambrosia.
Emilio y Pilar tuvieron cuatro hijos: Cándido, Fructuoso, Pilar y Felicia.
Mi padre, además de calero, también se las dio de panadero, carbonero y labrador. Es decir, que había que profesar como dictaban las circunstancias. A mí, por ejemplo, me dictaron que no fuera demasiado a la escuela dado que pasé mucho de aquel tiempo en el campo. Lo poco que aprendía me lo iba enseñando mi padre ayudado por la afición que yo le ponía.
Recuerdo que en 1946 estuvo mi padre en la Sierra de Almodóvar, en una finca que se llamaba La Perdiguera. Estuvo haciendo carbón en sociedad con un tal Isidoro Ojo Perra.
Son recuerdos breves de aquel niño de 6 años, como estampas imborrables. Por ejemplo, no se me olvidará nunca que la primera noche que llegamos al chozo que se convertiría ennuestra casa por algún tiempo, mi madre puso de cena arroz con bacalao. Aquel mismo año de 1946 mi hermana Pilar se cayó en la lumbre, y aunque no había un gran fuego, se le clavó un ascua en la rodilla y ahí se quedó la marca que todavía lucirá.
Luego, en el año de 1947 estuvimos en la finca Jaralejo, en el mismo Valle de Alcudia, haciendo carbón de encina. Allí estaba mi abuelo Vicente con nosotros, pues casi siempre estaba con mi padre, tal era el gran cariño que se tenían. Fue ese mismo año cuando mató un toro a Manolete. "Islero" creo que se llamaba.
También pasamos el verano en aquella finca de Jaralejo, y entonces nos acompañó mi primo Antonio, el hijo de mi tía Bersabé
Este hombre tuvo la culpa de todo.
Mi padre, Emilio Gálvez Galán, con uniforme de soldado, en el cuartel de Jaca, donde hizo el servicio militar.
Casualidades del azar. Hoy mismo, 21 de enero, cumpliría 105 años.
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